Hablar inapropiado y Desatención durante Oración castigados
Observa
el silencio. Habrá personas orando o preparándose para la confesión o
confesándose. Permanece en silencio u orando como preparación personal y para
respetar el momento de los demás con Dios. Observar el silencio antes, durante
y después de la celebración; a excepción cuando necesariamente se ha de cantar
o responder a las acciones litúrgicas. Considera que la misa es algo sagrado.
esto implica apagar o silenciar el teléfono móvil, no lo pongas con vibrador
porque te distrae y te hace dependiente. Si por distracción olvidas apagar el
teléfono móvil y te suena durante la misa, no salgas de la iglesia a responder;
apágalo inmediatamente.
P. Henry Vargas Holguín
En el
monasterio de San Salvador, del orden del Cister, entraron dos doncellas,
Gertrudis y Margarita. Con la profesión religiosa consagraron al Señor la
azucena de su virginidad. Estaban juntas en el coro. Pero la primera, aunque
virtuosa, tenía el mal hábito de interrumpir el silencio. Provocaba así a la
segunda a acompañarla. Fue defecto que pagó bien caro después de la muerte. Y
ésta la sorprendió en la flor de su edad...
Una noche cantaban las monjas las divinas
alabanzas. Y salió el alma de la difunta Gertrudis de su sepulcro, el cual
estaba en medio de la iglesia. Hizo una genuflexión al altar y en seguida vino
al coro. Ahí ocupó su antigua silla al lado de Margarita. Cuando ésta la vio
venir y ponerse a su lado, se espantó en términos que las otras tuvieron que
venir en su auxilio. Alentada un poco, la pusieron a los pies de Benigna,
abadesa del monasterio. Le refirió Margarita a la superiora que había visto
salir de su sepulcro a la difunta Gertrudis. Y que ésta, viniendo al coro ocupó
su antiguo lugar. Ahí estuvo hasta que se dijo la antífona de la Virgen. Y que
luego, haciendo Gertrudis al altar una humildísima reverencia, la perdió
Margarita de vista.
Sospechaba la prudente superiora que esto
fuera ocasionado de algún trastorno de la imaginación o de alguna ilusión del
enemigo. Le ordenó por lo tanto que si volvía a ver lo mismo la saludara
diciendo: “Bendecid”, conforme se acostumbraba hacer en la casa. Y si la
aparición contestara: "El Señor", le ordenó a Margarita que la
preguntara a qué venía y qué quería en aquel lugar.
No faltó
Gertrudis a la noche siguiente. Y la saludó Margarita al decirle: “Bendecid”.
Inmediatamente aquélla le contestó con "El Señor". Entonces ésta la
preguntó:
—¿Qué
quieres, amada Gertrudis, en este lugar? ¿A qué vienes?
—Vengo
—contestó— a satisfacer a la Divina Justicia. Padezco gravísimas penas en este
mismo lugar en que cometí la culpa. Yo era ocasión de que tú faltaras al
silencio. Te entretenía yo con inútiles y ociosos discursos mientras que se
decía el Oficio Divino. En el mismo puesto en que cometí el delito quiere el
Señor que yo pague la pena. ¡Oh, si supieses cuán atroces son los tormentos que
sufro! Estoy rodeada toda de llamas que causan agudísimo dolor. Ellas me
parecen nada, sin embargo, en comparación con el fuego que atormenta mi lengua.
Y si tú, querida hermana mía, no te guardas en adelante de cometer semejante
defecto, entiende que vendrás a padecer del mismo modo. Arrastrarás además
contigo al cómplice de tu error.
Dicho esto
desapareció, si bien continuó a presentarse otras veces pidiendo con grande
humildad a sus compañeras la aliviaran con sus oraciones. Hasta que, libre al
fin de padecimientos, se despidió llena de gratitud de su compañera. Ésta la
vio penetrar la lápida de su sepulcro y descansar en paz.
Margarita
quedó tan espantada de la aparición y de la advertencia que enfermó gravemente.
Llegó a tal extremo que por algún tiempo la creyeron muerta. Pero fue sólo un
éxtasis. En él su espíritu fue llevado a ver en la otra vida cosas admirables.
Vuelta en sí, las refirió a sus compañeras. Les sirvieron estas cosas a ellas
de gran instrucción.
El resultado
de esto fue que en adelante Margarita guardó inviolablemente el silencio. No
pudo olvidar en todos los años que vivió después el purgatorio con que la
amenazó Gertrudis...
cf. Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, págs. 29-31.