El vicio capital de la avaricia
Entre todos los vicios hay algunos que se llaman capitales porque son considerados como la fuente de otros muchos. Por lo común, se dice que son siete: soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y pereza. Como estos pecados son bastante comunes en el mundo, es conveniente que los fieles estén bien instruidos al respecto, para preservarse o para apartarse de ellos, si hubiera algunos en los que se encuentren metidos.
¿Qué es la avaricia?
La avaricia es cuando valoramos el dinero y las cosas materiales como si fueran lo más importante en la vida. Es un deseo tan grande de tener más, que nos lleva a cometer errores graves. Caemos en este pecado cuando, por querer algo, no nos importa si ofendemos a Dios, cuando nos obsesionamos con conseguir bienes, o cuando vivimos con un miedo exagerado a perder lo que tenemos. La avaricia también nos hace desear lo que no es nuestro, o nos impide usar nuestros bienes para nuestras propias necesidades y las de nuestra familia, o para ayudar a quienes más lo necesitan. Incluso, a veces nos lleva a hacer el bien, pero con la única intención de obtener una ganancia.
La raíz de todos los males
Se dice que la avaricia es la raíz de todos los males porque el amor al dinero puede llevarnos a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Para acumular riquezas, la gente puede robar, mentir, traicionar y hasta odiar a su prójimo. Además, tener muchas riquezas no trae paz; al contrario, viene acompañado de grandes preocupaciones y angustias. La avaricia endurece el corazón y nos hace insensibles a los problemas de los demás.
Cómo combatir la avaricia
Para no caer en la avaricia o para liberarnos de ella, debemos ser moderados. Esto significa no obsesionarnos con ganar dinero o con acumular bienes. Es importante ser generosos con los pobres, darles lo que podamos sin sentirnos obligados. También debemos aprender a aceptar con calma la pérdida de nuestras pertenencias, si eso llega a suceder. Y, finalmente, ser solidarios: si alguien necesita un préstamo, lo correcto es ayudar sin esperar nada a cambio.
Versión original de San Juan Bautista de la Salle (DC1, 214.2)
La avaricia es la estima de las riquezas y de los bienes temporales, como si fueran los verdaderos bienes, y el deseo desordenado de poseerlos. Se peca por avaricia cuando para poseer algún bien no se teme ofender a Dios; cuando se buscan los bienes con demasiada ansia; cuando se siente temor excesivo a perderlos; cuando se desea injustamente la propiedad de otro; cuando no se utilizan los bienes para las propias necesidades y las de su familia; cuando no se da limosna a los pobres; y cuando se hacen acciones buenas para conseguir bienes temporales.
De ordinario se dice que la avaricia es la fuente de todos los males, porque quienes aman las riquezas fácilmente son arrastrados a cometer todo tipo de pecados para acumularlas; y porque la posesión de las riquezas va acompañada de muchas preocupaciones, inquietudes y miserias.
Los pecados que produce la avaricia son: gran dureza de corazón hacia los pobres y hacia quienes necesitan ser asistidos, el robo, la mentira, el perjurio, los engaños y las discordias, que van seguidas del odio al prójimo.
El medio para no caer en la avaricia, o para liberarse de ella, consiste en moderar el cuidado que se tiene en conservar los propios bienes o en adquirirlos; en no querer aumentarlos sino con moderación, sin ansias, en amar a los pobres y darles gustosamente limosna según las posibilidades; en sufrir con paciencia la pérdida de los bienes, cuando esto ocurre; y en prestar sin exigir nada por lo prestado.
