Entre todos los vicios hay algunos que se llaman capitales porque son considerados como la fuente de otros muchos. Por lo común, se dice que son siete: soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y pereza. Como estos pecados son bastante comunes en el mundo, es conveniente que los fieles estén bien instruidos al respecto, para preservarse o para apartarse de ellos, si hubiera algunos en los que se encuentren metidos.
La ira es el impulso del alma que lleva a rechazar con violencia las cosas que desagradan, y el deseo de vengarse de las injurias recibidas. La causa de la ira es el apego que se tiene a los placeres, a las riquezas y a los honores. Se peca por ira cuando no se puede soportar con paciencia nada que disguste; cuando uno se enfada con quienes no hacen lo que se quiere, y cuando se busca la venganza.
La ira produce odio y desprecio hacia el prójimo, las riñas, las palabras ofensivas, las blasfemias, los arrebatos y las alteraciones de furia en el espíritu y en el cuerpo, las calumnias, las maledicencias, los asesinatos y todo el mal que se ocasiona al prójimo para vengarse.
La ira causa graves males en quienes se entregan a ella. Les quita la razón y turba su juicio, les lleva a perder la paz del alma y todos los sentimientos de bondad; los hace semejantes a los demonios, que rabian de ira y blasfeman sin cesar el santo nombre de Dios. También causa muy graves desórdenes en la sociedad de los hombres, y destruye la caridad fraterna, lo que hace que los hombres no puedan vivir unos con otros.
No hay mejor remedio contra la ira que frenar los primeros impulsos y alejarse del motivo que induce a ella; no dar oídos a chismes; evitar la compañía de personas pendencieras, y estar muy persuadidos de que nuestros defectos molestan mucho a los demás.
San Juan Bautista de la Salle (DC1 214.6)