Además de los pecados o vicios capitales, hay además otros tres tipos, de los que conviene recibir instrucción: los pecados que se dice van contra el Espíritu Santo, aquellos que se consideran que claman venganza ante Dios, y los que se cometen al participar en los pecados de los demás.

Se peca contra el Espíritu Santo cuando se resiste a las gracias que ofrece el Espíritu Santo para que uno se salve y cuando se abusa de ellas; y de manera más concreta, cuando se presume tanto de la misericordia de Dios y del perdón de los propios pecados, que sin preocuparse de trabajar en la salvación y de usar los medios que Dios ofrece para procurársela, se espera, con todo, ser del número de los elegidos, y de contar, en un momento, a la hora de la muerte, con la gracia de la verdadera conversión.

Igualmente, cuando se desespera de la salvación y de alcanzar la vida eterna, a causa de algún pecado enorme o de la multitud de pecados cometidos; cuando se desprecia alguna verdad, aunque se la conozca; cuando uno se obstina en el pecado y permanece en la impenitencia, pecando constantemente por no querer convertirse de una vez a Dios. También se peca contra el Espíritu Santo cuando se siente envidia del prójimo a causa de las gracias que recibe de Dios, pues es ofender al Espíritu Santo entristecerse cuando Él se comunica a alguien.

Cuando se dice que estos pecados van contra el Espíritu Santo no hay que pensar que sólo se cometen contra la persona del Espíritu Santo; suponen también agravio infinito al Padre y al Hijo. Pero se dice que van contra el Espíritu Santo porque se oponen a la bondad de Dios, que es lo propio del Espíritu Santo, y por este motivo se los considera como ofensas contra el Espíritu Santo.

El parecer más común es que estos pecados son aquellos de los que dice Nuestro Señor en el Evangelio que son irremisibles. Sin embargo, no es que no se pueda obtener su perdón, y que Dios no quiera perdonarlos de hecho; sino que, lo que ocurre con más frecuencia, es que no los perdona a causa de la mala disposición de quienes los cometen, porque rechazan con desprecio todos los remedios y todos los medios de que se vale el Espíritu Santo para apartarlos y preservarlos del pecado.

Los pecados que claman venganza ante Dios son el homicidio voluntario, el pecado de sodomía, la opresión de los pobres y la retención injusta del salario de los criados y de los obreros. Aunque todos los pecados claman venganza ante Dios, ya que no hay ni uno solo que no merezca ser castigado con todo rigor, se dice de estos cuatro pecados porque la Escritura lo ha declarado sólo de ellos; y porque esos pecados son tan enormes que nada puede excusarlos, ya que son contrarios a la naturaleza y a la razón.

Los pecados que cometemos participando en los pecados de los demás, son aquellos de los que somos culpables por haber tomado parte en pecados que otros han cometido, o por haber consentido en ellos, sea directa o indirectamente, aunque no los hayamos cometido nosotros mismos. Se contribuye directamente al pecado de otro cuando se le manda o se le aconseja hacerlo, cuando se le incita a ello con palabras o actos, cuando se le ayuda a cometerlo, o se le proporcionan medios para hacerlo. 

Se contribuye indirectamente al pecado de los demás cuando se les da ejemplo u ocasión de cometerlo; cuando se los aprueba; cuando se los alaba o cuando uno se calla debiendo reprenderlos o se hace con excesiva blandura o frialdad; cuando los pecados de los demás se presentan como buenas obras; cuando se censura la conducta de quienes llevan vida más santa que los otros; y cuando se es causa de que algunos, lejos de imitarlos, hagan todo lo contrario del bien que vieron realizar, por miedo a ser objeto de burla.

San Juan Bautista de la Salle (DC1 215.0)