Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma.
Miguel de Cervantes
En una misión dada en Aquisgrán en el año del Señor 1868, un misionero contó una historia que impresionó profundamente al auditorio. Dijo así:“Hace algunos años estaba una pobre madre en el lecho de muerte rodeada de todos sus hijos, excepto uno solo, que se hallaba en el fondo de un castillo condenado a cinco años de prisión por un delito que había apresurado, sin duda, la muerte de su madre. Habiendo sido vanas todas las tentativas para reclamar al preso, quiso la piadosa madre hacer un último esfuerzo y pidió que su hijo viniese a su lecho de muerte. Transmitido el ruego de la moribunda al Comandante de la fortaleza, permitió éste que el desventurado hijo, acompañado de guardias, fuese conducido al lecho de muerte de su madre.
No podía ésta pronunciar palabra alguna, pero recogió sus últimas fuerzas y dio a su hijo una profunda mirada. Esta mirada materna produjo el milagro. Vuelto el hijo a su celda, cayó de rodillas y derramó abundantes lágrimas, después de lo cual borró sus pecados con una dolorosa confesión.
Pero fué más lo que con él hizo la gracia de Dios: una vez cumplida la condena, se hizo sacerdote. Pues bien, este hijo soy yo. Cobrad, pues, queridos hermanos, ánimo y confianza: pueden ser enormes los pecados, pero la bondad y misericordia de Dios es mayor todavía.”
Estas palabras del predicador conmovieron a todos los oyentes, que concibieron una gran confianza en la misericordia de Dios y confesaron con gran dolor sus pecados.
Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos,
T. 1, Editorial POLÍGLOTA, Barcelona 51941, p. 119-120.
T. 1, Editorial POLÍGLOTA, Barcelona 51941, p. 119-120.