FUE GRAN PAPA Y UN PAPA SANTO, Y GRAN DEVOTO DE LA VIRGEN
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!
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| San Pío X |
Se cerraban a la
luz los ojos llorosos de Pío X. El mundo, con un plebiscito unánime, lo llamó
el Papa Santo. Nueve años después, un nuevo plebiscito de súplicas llegaba a la
Santa Sede para que se le otorgara a Pío X la corona de Santo.
Así, aquel que había
escrito en su testamento: "He nacido pobre, he vivido pobre, quiero morir
pobre", ha recogido todas las riquezas espirituales de los corazones
agradecidos, del uno y del otro hemisferio.
José Sarto nació verdaderamente
pobre. Era el mayor de ocho hijos de un pobre guardia municipal
de Riese. Pero a la pobreza doméstica supo unir una riqueza de fuerza de
voluntad verdaderamente superior. Su ideal fue ser sacerdote, contra todos los
obstáculos. Y lo fue. Y fue un sacerdote santo. Y recorrió toda la gama de la
jerarquía eclesiástica. Primeramente, fue capellán en Tómbolo; después párroco
en Salzano; luego, subiendo, subiendo, Canciller de la Curia, Director
Espiritual del Seminario, Vicario Capitular en Treviso, Obispo de Mantua y
Patriarca de Venecia. El 4 de agosto de 1903 lo eligieron Sumo Pontífice y tomó
el nombre de Pío X.
Hecho Papa contra
toda previsión periodística, fue gran y Papa y un Papa Santo.
Y fue un gran
devoto de la Virgen.
Aun niño, iba con
gran fervor al Santuario de Cendrole, próximo a Riese, para venerar a la Madre
de la Misericordia. Hecho sacerdote, repitió más de una vez que a la Virgen
debía su vocación. Y procuró hacerla amar siempre y en todo lugar.
En Tómbolo, en
Salzano, promovió concursos, fiestas, novenas, altares en honor de Ella.
Treviso, Mantua y Venecia recordaron durante mucho tiempo sus encendidas
alocuciones sobre la Virgen.
En Venecia, no se
dio por satisfecho mientras no vio restablecidas las fiestas anuales de la Virgen
de la salud. El 4 de agosto de 1901, subió al monte Grappa para bendecir la
estatua de la Virgen, y al grito de ocho mil voces que le aclamaban,
respondió con el único grito de: ¡Viva María!
Cuando le
nombraron Papa, puso fecha a primera encíclica en la fiesta del Rosario y reafirmó
en pleno la devoción del Rosario en el mes de Octubre.
En las reuniones
públicas, interrumpía los discursos al tocar la campana y recitaba el Ángelus
con todos los presentes.
Escribió un
abogado francés: "Yo le observé mientras rezaba. Contemplé la expresión de
su rostro, el resplandor de su vista, fija en una imagen de la Virgen; admiré
la dulzura de aquel Ave María y debí pensar: ¡Quizás la ve! Y, desde entonces,
he comprendido cuánto se debe amar a la Madre de Dios".
Cuando en agosto
de 1914, entraron en guerra cinco naciones en la conflagración europea, el
Santo Padre, que la había previsto y que tanto había llorado y rezado, y que
había trabajado para evitarla, se recogió sobre sí mismo. La primera víctima de
la guerra cumplía aquí abajo su terreno holocausto.
