Nunca llegaremos a comprender lo suficientemente claro que una limosna, pequeña o grande, dada en favor de las almas sufrientes, se la damos directamente a Dios. Él acepta y recuerda como si se la hubieran dado directamente a Él mismo. Así, todo lo que hagamos por ellas, Dios lo acepta como hecho para Él. Es como si lo aliviáramos o liberáramos a Él mismo del purgatorio. ¡En qué manera nos pagará! 

(Paul O’Sullivan)

 

 

Cuenta san Bernardo en la vida de San Malaquías la siguiente historia:

 

San Malaquías un día vio a su hermana, después de algún tiempo de su muerte. Estaba pasando el purgatorio en el cementerio. Como consecuencia de su vanidad y de los cuidados que había dedicado a su cabellera y a su cuerpo, se la condenó a habitar en la fosa en la que había sido enterrada. Ahí tuvo que asistir a la putrefacción de su cadáver... 

 

El santo ofreció por ella el sacrificio de la misa durante treinta días. Una vez concluido el plazo, volvió a ver a su hermana. Esta vez se la había condenado a cumplir su purgatorio en la puerta de la iglesia. Sin duda ocurrió esto a causa de sus irreverencias en el lugar santo; quizás por distraer a los fieles de los misterios sagrados, atrayendo ella sobre sí misma sus pensamientos y miradas de ellos. Estaba ella profundamente triste, con un velo negro, con una angustia extrema. 

 

El santo celebró de nuevo por ella el sacrificio de la misa durante treinta días. Y por última vez se le presentó en el santuario, la frente serena, radiante, vestida con una túnica blanca. Por estos signos supo el obispo que su hermana había alcanzado la liberación. 

 

OTRA TRADUCCIÓN DEL MISMO: 

 

A san Malaquías un día se le apareció el alma de su difunta hermana. Estaba penando en el purgatorio, pero parecía estar en el cementerio. 

 

Debido a su orgullo y a la excesiva atención que se prestaba a sí misma de una manera tan egoísta, adornando su soberbia cabellera y embelleciendo su cuerpo, dispuso Dios que su alma vanidosa permaneciera en la tumba, para así contemplar la descomposición de su cuerpo. 

 

El santo varón, dedicó para el alma sufriente de su querida hermana las misas durante treinta días seguidos. 

 

Después de que las hubo celebrado, vio otra vez a su hermana. El proceso de su purificación estaba en plena marcha. Permanecía de pie frente a la puerta del templo, muy triste, vestida de luto, invadida de una tremenda angustia. Este castigo le habrá tocado porque cuando en vida participaba de la misa u otras celebraciones en la iglesia, no prestaba mucha atención a la liturgia, faltando así el respeto debido a Dios. Quizás también porque apartaba la atención de los fieles de Dios, y la centraba en sí misma, haciéndolo a propósito y por vanidad. 

 

Entonces, el santo varón, una vez más celebró por el alma de su pobre hermana fallecida el santo sacrificio de treinta misas. Nuevamente su hermana se le apareció, por última vez. Ahora se encontraba en la iglesia. Su rostro como si estuviera iluminado, emanaba serenidad y felicidad. Estaba vestida en traje blanco. 

 

El obispo entonces comprendió que para su hermana las penas del purgatorio habían terminado, habiendo entrado ella en la eterna Gloria. 

 

 

 

Fuente: Charles Arminjon, El fin del mundo y los misterios de la vida futura, 2° Edición, Producciones Gaudete 2010, p. 149.