NO SEAS NECIO, CORTANDO LA RAMA EN LA QUE ESTÁS SENTADO
En
los viejos tiempos al pecado se le daba el nombre de pecado Y para cometerlo se
tenían que ocultar los hombres en la oscuridad. Pero ¿ahora? Los hombres
excusan, más aún, pretenden justificar la caída moral. Y en algunos casos hasta
se hace ostentación de los desórdenes morales. Hoy día el pecado sale de su
escondrijo y, desvergonzado, hace su trabajo a la luz del día. Sí, también hubo
pecadores entre los antiguos, pero por lo menos se les daba este nombre.
Espléndida mañana
de septiembre. Los prados todos, brillantes por el rocío. El aire, cruzado por
hilos de telaraña, que flotan ligeramente.
Uno de los hilos
tropieza con la copa de un árbol. Y el pequeño aeronauta, una diminuta araña,
desde su blanco barquito pasa al tupido ramaje. De seguida suelta un nuevo y
largo hilo. Lo ata a la copa y baja hasta el pie del tronco. Allí encuentra un
valladar de espinos y se entrega al trabajo: empieza a tejer la red. Ata el
cabo superior al hilo por el que ha bajado; los otros los fija en las ramas del
arbusto.
Y resultó una
telaraña magnífica, con que podía cazar moscas admirablemente.
Pasaron los días y
le pareció demasiado pequeña. La araña comenzó a ensancharla en todas
direcciones. Gracias al hilo que subía a lo alto, la obra se ejecutó presto y
con perfección. Cuando en las madrugadas otoñales las brillantes perlas del
rocío matutino llenaban la espaciosa red, ésta semejaba un tul recamado de
perlas.
La araña se sentía
orgullosa de su obra. Iba engordando cada vez más. Había relegado al olvido lo
haraposa y hambrienta que llegó a la copa del árbol a principios de otoño.
Una mañana se
despertó de muy mal talante. El cielo estaba nublado. No se veía una sola mosca
por todos los contornos. ¿Qué nacer en tan fastidioso día de otoño?
«Al menos daré una
vuelta por la red —pensó por fin—, veré si hay algo que remendar».
Examinó todos los
hilos, a ver si estaban seguros. No halló el más leve defecto; pero el mal
humor crecía por momentos.
Iba y venía
refunfuñando de una a otra parte. Divisó en el cabo superior de la red un largo
hilo, cuyo destino no podía recordar. Los demás hilos los sabía muy bien: éste
viene acá, al final de esa rama rota; aquél va allá, a aquella espina. La araña
conocía todas las ramas, todos los hilos. Pero ¿qué hace aquí éste? Para colmo,
es completamente incomprensible por qué va hacia arriba, a perderse en el aire.
¿Qué es esto?
La araña se
levantó sobre las patas traseras y abriendo los ojos desmesuradamente, empezó a
mirar a lo alto.
Cuanto más se
esforzaba por adivinar el enigma, tanto más se irritaba. En medio de los
continuos banquetes que se daba, se había olvidado que en una mañana de
septiembre ella misma bajó por este hilo. Tampoco recordaba cuánto le sirvió al
tejer la red y al ensancharla. Todo lo había ya olvidado. No veía allí más que
un hilo inútil, un hilo que colgaba en el aire.
—¡Abajo!— gritó
enfurecida. Y de un solo mordisco lo cortó.
La telaraña se
desplomó instantáneamente...y, cuando la araña recobró el sentido, yacía
tendida en el suelo al pie del espino, sin poder moverse; la red, antes
entretejida de perlas y plata, no era ahora más que un jirón de trapo, húmedo y
asqueroso, que la aprisionaba.
Un solo instante
bastó para derribar toda la magnificencia de su obra, porque no comprendió la
utilidad del hilo que guiaba a las alturas.
Querido joven:
también el alma humana está pendiente de un hilo que la une con Dios. Por la fe
nos unimos a Dios.
Infeliz quien
corta este hilo. Se trueca en un pobre peregrino errante, que camina a oscuras.
Quien lo cuida con
esmero y a él se agarra, halla el apoyo que necesita para vivir una vida llena
de sentido en esta tierra, esperando la felicidad eterna.