Afirmamos que una gran parte de los que se condenan, llegan a esta perpetua desgracia por la ignorancia de los misterios de la fe que es necesario conocer y creer para conseguir la felicidad eterna.
(Benedicto XIV)
En primer lugar, que de la misma manera que es cierto, que hay un lugar de tormentos para las almas impenitentes, después de la muerte, también es verdad de fe que, para las almas justas que han dejado de vivir, conservando la gracia de Dios, hay un lugar de suprema felicidad. El primero es llamado: Abismo… lago de fuego... lugar de miseria y de tinieblas... infierno... Al segundo se le designa con los nombres: ciudad santa... Jerusalén celeste... patria de los vivos... paraíso... cielo.
En segundo lugar, que de la misma manera que es cierto, que las almas impenitentes comienzan a sufrir el castigo en el mismo momento en que dejan el cuerpo, como lo vemos en el mal rico, el cual en el mismo día de su muerte fue sepultado en el infierno (Lc 9); también es verdad de fe — lo afirman las Santas Escrituras y lo ha definido la Iglesia — que las almas justas son puestas, sin ningún retardo, en posesión de la eterna bienaventuranza, ya por haber perseverado en la inocencia bautismal, ya porque los pecados graves que han cometido, están perdonados, cuanto a la culpa, y pagados cuanto a la pena. Lo hemos dicho y lo repetimos: El sueño en el cual, según dicen algunos novadores, estarían sumergidas las almas, hasta el día de la resurrección general, no es sino una pura ficción.
En tercer lugar, que de la misma manera que es cierto que las almas impenitentes son castigadas en el infierno, unas con mayor rigor, y otras con rigor menor, hasta el punto que, como enseña un buen teólogo, no habrá quizá dos reprobados que se asemejen; también es verdad de fe, que en el cielo las almas justas son desigualmente recompensadas, según la diversidad de méritos (…) Existen muchas mansiones en la casa de mi padre, dice nuestro Señor (…) (Jn 14,2). San Pablo expresa, con palabras diferentes, el mismo pensamiento: El que siembra menos, recoge menos; el que siembra mucho, recolecta en abundancia (…) (2Cor 9,6). ¿Hemos de pensar que existen en el cielo las rivalidades, competencias y celos que vemos en la tierra? No, ciertamente; la más perfecta caridad une todos los corazones (…); tuyo y mío son palabras inusitadas en la lengua de los bienaventurados (…) Aun hay más, y tal vez os diré, en el curso de esta instrucción, que cada uno de los elegidos no se alegra menos del gozo ajeno, que del suyo propio.
Por fin explicaremos — y sobre esta consideración nos extenderemos algún tanto — que así como es cierto, que las almas impenitentes del infierno son desdichadas por la privación de todos los bienes, y por la reunión de todos los males; también es de fe, que las almas justas del cielo son felices por la exclusión de todos los males, y por el gozo tranquilo de todos los bienes.
Canónigo Plat, Explicación del Catecismo Romano.
Símbolo de los Apóstoles (Editorial Litúrgica Española),
Barcelona 1927, p. 386-387.