Oh Señora mía, Santa María. Te encomiendo mi persona, mi alma y mi cuerpo, hoy y cada día en la hora de mi muerte y lo entrego a tu bendita fidelidad y singular protección y al seno de tu misericordia; toda mi esperanza y consuelo, todas las angustias y miserias, toda la vida y el término de ella te lo confío para que por tu santísima intercesión y por tus merecimientos, todas mis acciones sean dirigidas y ordenadas conforme a tu voluntad y a la de tu Hijo.
San Luis Gonzaga
La devoción de las tres Avemarías es una práctica piadosa que consiste en repetir tres veces el Avemaría durante cada día. Esta práctica se originó en el siglo XIII, por expresa voluntad de la Reina del cielo, según revelaciones que la Virgen hizo a santa Matilde, y santa Gertrudis.
La Virgen nos invita en el rezo de las tres Avemarías a elevar nuestras plegarias a la Santísima Trinidad que ha obrado en Ella maravillas: la primera Avemaría dirigida al Padre, la segunda al Hijo y la tercera al Espíritu Santo.
En cada una de las indicaciones que le dio la Virgen a santa Matilde en el rezo de las Avemarías, le prometió asistirla en la hora de su muerte. Santa Gertrudis, entre las revelaciones que tuvo de la Virgen, escuchó decir:
“Se salvarán los que recen diariamente las tres Avemarías”.
Muchos santos difundieron esta piadosa práctica, entre ellos san Leonardo de Porto Mauricio, san Alfonso María de Ligorio, los mismos que la impusieron como penitencia.
FORMA DE REZAR LAS TRES AVEMARÍAS
María, Madre mía; líbrame de caer en pecado mortal.
1° Por el Poder que te concedió el Padre Eterno:
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
2° Por la Sabiduría que te concedió el Hijo:
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
3° Por el Amor que te concedió el Espíritu Santo:
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén!
“¡Oh María, por tu Inmaculada Concepción, purifica mi cuerpo y santifica mi alma!” (Jaculatoria indulgenciada por el Papa San Pío X, que recomendó rezarla junto a esta devoción.)
OTRAS PROMESAS DE LA VIRGEN
Dijo la Virgen a Santa Gertrudis:
“A todo aquel que me haya invocado diariamente conmemorando el Poder, la Sabiduría y el Amor que me fueron comunicados por la Augusta Trinidad, a la hora de su muerte me mostraré a él con el brillo de una belleza tan grande que mi vista le consolará y le comunicará las alegrías celestiales”.
Santa Brígida escuchó de la Virgen decir:
“Yo, su Madre y Señora amantísima, saldré al encuentro de mis devotos a la hora de su muerte, para consolarlos y fortalecerlos”.
La Virgen le dijo a Santa Matilde:
“Yo a todos los que me sirven devota y santamente los quiero favorecer fidelísimamente en la hora de la muerte como madre piadosísima, y consolarlos y defenderlos”.