CREEMOS que María, florida siempre con la gloria de la virginidad, fue la Madre del Verbo Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo, la cual, redimida de un modo eminente en previsión de los méritos de su Hijo, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original; y que aventaja con mucho a todas las demás criaturas en los dones de la gracia. Asociada por un estrecho e indisoluble vínculo a los misterios de la Encarnación y Redención, la bienaventurada Virgen María, la Inmaculada, terminada su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y, hecha semejante a su Hijo que resucitó de entre los muertos recibió, por anticipado, el destino de todos los justos. Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa ejerciendo sus oficios maternales en favor de los miembros (místicos) de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos.
San Pablo VI
Don Francisco Fernández Galán, narra este milagroso suceso:
“Iba yo con mi señora y mis hijos en un camión de gran tonelaje, desde Montánchez a Sanlúcar de Barrameda, llevando un cargamento de ciento veinte arrobas de chacina que había de entregar en la mencionada localidad.
Al llegar a un lugar de la carretera, entre El Ronquillo y Santa Olalla, efecto de un mal viraje, se precipitó el vehículo en la cuneta, volcando aparatosamente y cogiéndome a mí y a mi familia, sin saber cómo, entre el horrible amontonamiento de los sacos y cajas de chacina y el astillamiento de la carrocería, completamente destrozada.
¿Cómo no morimos todos, o cómo no perecimos aplastados en aquella catástrofe? Yo sólo recuerdo que invoqué a la Santísima Virgen del Carmen, cuyo Escapulario bendito vestimos toda la familia con gran devoción, estrechándolo fervorosamente contra mi pecho; y creo firmemente que a su mucha misericordia y al poder taumatúrgico del Santo Escapulario del Carmen, debemos el no haber perecido todos en aquel fatídico accidente, ocurrido el 10 de marzo de 1928, por lo cual ofrecimos una misa perpetua en ese día a la Virgen Santísima y vestir su santo hábito de por vida, ayunando los sábados, en su honor, publicando eternamente sus maravillas, alabándola sin cesar y deseando que todos la alaben”.
Rafael María López-Melús, Prodigios del Escapulario del Carmen, Editorial Apostolado Mariano, Sevilla, pág. 60.
