Estímense en mucho las prácticas y ejercicios de devoción hacia la Virgen María recomendadas por el Magisterio en el correr de los siglos, entre las cuales juzgamos deber citar nominalmente el rosario mariano y el uso devoto del Escapulario del Carmen...
(Pablo VI y LG 67)

En “La lectura popular” de Orihuela del 15-11-1896, su director, D. Adolfo Claravana, publicaba la siguiente noticia: 

Una niña de tres años y tres meses se extravió a la mitad de la tarde del sábado 18 de enero y, buscada por todas partes, no apareció. Llegada la noche, sus padres, afligidísimos, acudieron a las autoridades; se alarmó todo el mundo, y el vecindario en masa, movido por el resorte del más vivo interés, se puso en movimiento para encontrar a la criatura. En vano fue todo; la noche pasó en la más viva ansiedad, pues, a pesar de haber recorrido el monte y huertas vecinas palmo a palmo, nada se logró.

A la mañana siguiente, apenas apuntó el día, se volvió a la faena; se publicaron edictos en los pueblos vecinos; aumentó a centenares el número de personas que buscaban a la niña, y, sin embargo, tampoco se logró hallarla.

Iba ya transcurrido un día entero; hacía más de veinticuatro horas que la niña no se había alimentado; la noche había sido una de las más frías del año; la niña, descubierta la cabeza y vestida ligeramente, era imposible que hubiese podido resistir; estaría muerta. Además, el monte cercano está sembrado de hondanadas y precipicios horribles que, a obscuras, es muy difícil salvar...

Mas he aquí que a las tres de la tarde unos tíos de la niña, rebuscando por aquellos peligrosos sitios, ven a la inocente criatura tendida al amparo de un extraño saliente de la montaña, y junto a un precipicio de muchos metros de profundidad, cortada casi verticalmente.

Aquí está exclaman; pero, ¡ay!, indudablemente está muerta...

Entonces se acercan a ella y ¡oh sorpresa! La niña se levanta, serena y tranquila abre sus bracitos y se dirige a sus tíos como si tal cosa.

Hija mía gritan estrechándola contra su corazón, ¿qué te ha pasado? ¿Cómo has podido sufrir esta horrible noche de frío?

Si no he tenío fío —dice la niña en su infantil lenguaje.

¿Cómo es posible?

Si ha estao toda la noche conmigo una mujé y me tapaba con el delantal.

¿Una mujer?

Sí, una mujé.

Pero esa mujer ¿no te hacía nada? ¿No oías tú, cuando cruzábamos por aquí con luces y hacíamos ruido y te llamábamos a gritos?

Sí que lo oía; pero la mujé me decía: “No te muevas, hija mía, que ya vendrán por ti”.

El estupor de los que escuchaban estas palabras llegó a su colmo: aquello, ¡era un milagro!

Trasladada la niña al pueblo, se celebró al día siguiente en la iglesia parroquial una solemne Misa de acción de gracias por el hallazgo de la niña.

Y ahora viene lo admirable... Al entrar la niña al templo ve una imagen de la Virgen del Carmen, y exclama dando un grito como si volviese a encontrar a una persona querida:

Made, ésa es la mujé que me tapaba con el delantal.

Calcúlese la sorpresa que producirían estas palabras. Cerca de la imagen de la Virgen había una de San Juan Evangelista.

¿Es ésa? le preguntaban para ver si la niña había dicho aquello por capricho.

No, aquélla contesta insistiendo en señalar a la Virgen del Carmen.

El entusiasmo de la muchedumbre, que literalmente llenaba la iglesia, se trocó en lágrimas de fervor; todo el mundo lloraba.

Sacaron a la niña, terminada la función, y la llevaron de casa en casa. Una de ellas fue la del vicario del pueblo. La niña entra en el despacho del sacerdote; en él hay un cuadro de la Virgen del Carmen.

Esa es la mujé que me tapaba con el delantal repite la niña. Sigue visitando muchas casas, y entra en otra donde había otra imagen igual. Ésa es la mujé que me tapaba con el delantal repite por tercera vez.

Ya no cabe duda dice el pueblo entero a una voz; esta niña ha sido objeto de un verdadero milagro. Milagro del Escapulario que vestía la Virgen, y la niña llamaba delantal.

Rafael María López-Melús, Prodigios del Escapulario del Carmen, Editorial Apostolado Mariano, Sevilla, pág. 48-51.