Incluso la más mínima oración a la Madre de Dios no queda sin respuesta. Los servicios más pequeños los revierte con las gracias más abundantes.
San Andrés Corsini

Sucedió en Estepa (Sevilla), en 1932. Se hallaba trabajando en el revestimiento de un pozo un maestro albañil de la localidad, fervoroso cofrade del Santo Escapulario, quien jamás se desprendía de él para sus trabajos. Le sobrevino un desprendimiento de materiales de más de seis metros de altura que, cayendo sobre él, lo dejó sepultado en las profundidades del pozo, sin que nadie creyese que pudiera sobrevivir. 

Comenzaron los trabajos de desescombro, que duraron más de tres días, en la seguridad de extraerlo cadáver; pero cuál no sería la sorpresa y alborozo de los circunstantes cuando al tercer día de inauditos trabajos pudieron percibir muy lejana la voz del albañil, quien desde el fondo les gritaba con voz firme y alegre: 

—No se precipiten, pues junto a mí y amparándome bajo su blanco manto está la Virgen del Carmen, a quien tanto frecuento desde niño y cuyo bendito Escapulario llevo.

Publicó este relato el “Correo de Andalucía”, en artículo bellísimo, y lo aprobó como hecho verdaderamente milagroso el Cardenal Ilundain y Esteban, Prelado a la sazón de la Diócesis Hispalense.

Rafael María López-Melús, Prodigios del Escapulario del Carmen, Editorial Apostolado Mariano, Sevilla, pág. 61.