María, dulce refugio de los pecadores, cuando mi alma esté para dejar este mundo, Madre mía, por el dolor que sentiste asistiendo a vuestro Hijo que moría en la cruz, asísteme también con tu misericordia. Arroja lejos de mí a los enemigos infernales y ven a recibir mi alma y presentarla al Juez eterno. No me abandones, Reina mía. Tú, después de Jesús, has de ser quien me reconforte en aquel trance. Ruega a tu amado Hijo que me conceda, por su bondad, morir abrazado a sus pies y entregar mi alma dentro de sus santas llagas, diciendo: Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía.
San Alfonso de Ligorio
En tiempo de Santa Brígida hubo un hombre noble y rico, pero entregado enteramente a la disolución y demás vicios. Le dio la última enfermedad y, sin embargo, en todo pensaba menos en disponerse para la muerte. Lo supo santa Brígida y al instante se puso a pedir eficazmente al Señor que ablandase el pecho de aquel pecador obstinado y le convirtiese; y tantas veces y con tal instancia llamó a las puertas de la divina misericordia que al fin le habló su Majestad diciéndole que hiciese ir un sacerdote a exhortar al enfermo a penitencia. Lo hizo tres veces uno muy celoso; pero por más que le dijo, fue todo en vano, hasta que la cuarta vez ayudado de la gracia divina, logró compungirle y trocarle del todo el corazón, de suerte que exclamó el enfermo:
— Hace setenta años que no me he confesado, habiendo sido en tan largo tiempo íntimo amigo del demonio, guardándole fidelidad y tratando familiarmente con él; sin embargo, ahora me siento enteramente mudado, pido confesión y espero que Dios me ha de perdonar.
Esto dicho, con abundantes lágrimas se confesó cuatro veces aquel mismo día; el siguiente recibió el Viático y, pasados otros seis, murió con extraordinaria devoción.
Apenas había expirado, se apareció el Señor a santa Brígida y le dijo que su alma había ido al purgatorio y que no tardaría en estar en el cielo. Quedó la santa admirada sobremanera de que un hombre que tan mal había vivido hubiese muerto en gracia, y el Señor le declaró el motivo con estas palabras:
— Sabe — hija — que la devoción de mi querida Madre le ha cerrado las puertas del infierno, porque aunque él nunca la amó de veras, tenía devoción a sus dolores y siempre que los consideraba, o solo de oír su nombre, mostraba compasión; por esto ha encontrado un atajo para salvarse.
El mes de mayo consagrado a María, obsequio que a esta gran Reina tributa la piedad cristiana todos los años en la parroquial iglesia de Santa María del Mar de esta ciudad, Barcelona 1847, pgs. 186-188.
