¡Oh Virgen Santísima! ¡Bondadosa Madre mía! ¡Cuán felices son, lo repito en el arrebato de mi corazón, cuán felices son quienes sin dejarse seducir por una falsa devoción, siguen fielmente tus caminos observando tus consejos y mandatos! Pero, ¡ay de aquellos que, abusando de tu devoción, no guardan los mandamientos de tu Hijo! ¡Infelices los que se apartan de tus mandatos!

San Luis María Grignion de Montfort

Se preciaba un joven de ser muy devoto de la Virgen. Le rezaba cada día el rosario y el oficio parvo. Pero vivía dado a torpezas y otros vicios.


Yendo un día de camino, lo erró. Vagaba por montes y breñas. Al desconsuelo de verse perdido se añadió el hambre.


Se le aparece María Santísima y le pone delante unos manjares preciosos. Pero se lo sirve en un plato muy hediondo. Así que por grande que sea el hambre y por mucho que la Virgen lo inste, no hay forma para el joven que se anime a gustarlos.


Semejantes pues son a estos manjares —le dice la Señora— el rosario, el oficio parvo y otros ejercicios que cada día me ofreces. Son en sí viandas buenas. Pero me las presentas en un plato tan sucio, como es tu corazón. Por tus pecados tu corazón parece muladar de vicios y cueva de escorpiones, que más me provocan a arrojarlas, que admitirlas...


cfr. Francisco Pascual, Nuevo mes de mayo consagrado a María Santísima, Imprenta de P. J. Umbert, Palma 1848, págs. 212-213.