—¿Qué fruto hemos de sacar de la Conmemoración de todos los fieles difuntos?
—De la Conmemoración de todos los fieles difuntos hemos de sacar este fruto:
1º, pensar que también nosotros hemos de morir presto y presentarnos al tribunal de Dios para darle cuenta de toda nuestra vida;
2º, concebir un gran horror al pecado, considerando cuán rigurosamente lo castiga Dios en la otra vida, y satisfacer en ésta a la justicia divina con obras de penitencia por los pecados cometidos.
Catecismo Mayor N° 217
Un hombre, enormísimo pecador, fue exhortado de todos a confesarse en la hora de su muerte, pero se resistió a todos cabalmente. Llamaron entonces a un confesor muy santo y austero que habitaba muchos años el desierto. Llegó éste; se le resistió también el moribundo; y como fuese la causa de su resistencia la innumerable cantidad de sus pecados, y la ninguna penitencia que por ellos había hecho, le dijo, inspirado de Dios, el confesor:
—Si te animas, te doy, Dios mediante, la satisfacción de todas las obras buenas, mortificaciones y penitencias que yo había hecho en toda mi vida, y todas las que había de hacer en adelante.
Respondió el moribundo que sí, y entonces el confesor se lo otorgó, y se valió del ardid de decirle:
—Pues mira, para que yo dé cabal satisfacción de tus culpas, he de saber cuántas y cuáles son.
Se lo pareció bien al moribundo y se las dijo. Después de haberlas oído, el confesor le dispuso a que se doliese de ellas, y le absolvió, y el penitente expiró al punto.
Después se le apareció, anegado en refulgentes nubes de gloria, y le dijo:
—Debo a la donación que me hiciste de tus satisfacciones, el subirme al cielo, y librarme de prolongado y terrible purgatorio que me amenazaba.
Y preguntándole el confesor si las había él mismo perdido por habérselas dado, le respondió el bienaventurado:
—¿Cómo perder? Es doblado el premio que por éstas tienes.
Deus tibi reservavit duplicata (Dios te ha reservado lo doble).
Fuente: José Boneta, Gritos del purgatorio, y medios para acallarlos. Libro primero y segundo dedicados a María Santísima del Carmen, Barcelona, págs. 260-261.
