El que poco siembra, cosecha poco, y el que mucho siembra, cosecha mucho.
(2 Corintios 9,6)
Vivía en el remoto siglo XV un tal Antonino, que fue obispo en la famosa ciudad de Florencia y más tarde fue declarado santo. conocido era por su espléndida caridad y el carisma de hacer milagros.
Cierto día un mensajero le trajo - como regalo de sus amigos - una canasta llena de exquisitas frutas. El mensajero dejó este canasto sobre la mesa y esperaba de recibir alguna propina. San Antonino, que acababa de dar sus últimas monedas a un pobre, le dijo:
- Gracias, buen amigo, que Dios te lo pague.
- "Que Dios te lo pague..." - respondió el hombre desilusionado-; eso, señor, es una moneda que pesa poco en el bolsillo.
- Amigo - contestó el santo -, bien se ve que no sabes apreciar el valor de esa moneda.
Mandó traer una balanza y, en un platillo, puso el cesto de magníficas frutas y, en el otro, un papel en que había escrito: "Que Dios te lo pague"; y este papel inclinó la balanza.
A la vista del milagro, comprendió nuestro mensajero su engaño.
