Las revelaciones privadas son una excepción de los principios que gobiernan el mundo desde el momento en que el hombre ha abandonado el paraíso, desde el día en que el muro ha separado la temporalidad del Reino eterno. Una y otra vez, algún mensajero, mediador o embajador nos llega desde el mundo de la luz y de la santidad de Dios. La divina misericordia suspende por un momento las leyes de la naturaleza - que Él mismo ha establecido - para ayudarle al hombre que cae.
Wincenty Łaszewski
![]() |
| Basilica de la Anunciación, Swieta Lipka, Polonia |
La historia de la aparición de Święta Lipka (que traducido al pie de la letra significa "el pequeño tilo santo") se remonta al siglo XIV. El terreno entre Kętrzyn y Reszel, es decir, donde ahora se encuentra el santuario de Święta Lipka, estaba profundamente arbolada y escasamente poblada. Sin embargo, en medio de los lagos, al tronco de un tilo, estaba colgada una ermita de madera con una estatua de la Virgen María.
Según la tradición popular transmitida de generación en generación, el primer héroe de los eventos que tuvieron lugar aquí fue un prisionero encarcelado en la prisión de Kętrzyn. Cometió algún delito grave. Fue condenado a muerte por el tribunal. El recluso estaba esperando en la cárcel que se ejecutara la sentencia. Se suponía que era su última noche.
La celda estaba fría y húmeda. Una tenue luz de luna caía a través de un pequeño agujero en la pared. El hombre no podía dormir. Así que caminaba por la habitación. Contaba los pasos, trataba de ocuparse de algo. Sabía que era la última noche de su vida. Por la mañana vendrán por él, tal vez enviarán un sacerdote para darle la extremaunción. Todo el tiempo estaba pensando en la ejecución. Se imaginaba cómo sería. Simplemente no quería que le doliera. Además, no le importaba. Ya no rezaba. Ha hecho tanto mal que Dios no querrá escucharlo. Dios estaba muy lejos. La pena de muerte estaba cerca. No se preguntaba qué le pasaría después de la muerte. Probablemente no suceda nada. Su alma dejará de existir...
El hombre se sentó contra la pared. Estaba tan extrañamente silencioso por todas partes. ¿Cuándo pueden venir? Temprano en la mañana? ¿O recién por la tarde? —No, no puedo pensar en eso porque me volveré loco —se dijo. Pero seguía pensando en el día que se aproximaba, su último. No sabía cuándo terminaría la noche, cuándo llegaría el día. Los minutos se prolongaban y prolongaban. Enterró su rostro en sus manos y esperaba...
De repente, la luz entró bajo sus párpados cerrados. Decidió no abrir los ojos. —Es una ilusión, todavía está amaneciendo, es solo fatiga, es miedo —pensaba.
Sin embargo, la luz no desaparecía y estallaba dolorosamente debajo de los párpados. Como si alguien le dijera que abriera los ojos y mirara. Miró. Inmediatamente se levantó emocionado y se quedó quieto. Contra el fondo de un pequeño agujero en la pared, vio la brillante figura de una bella mujer. Ella le recordaba mucho... Sí, así es como se veía Nuestra Señora en las pinturas de la iglesia, a la que su madre lo llevaba todos los domingos. Era un niño entonces. ¡Cuándo fue eso...!
En su primer reflejo, el hombre quería caer de rodillas, pero la Madre de Dios lo detuvo con un gesto.
—No te arrodilles ante mí porque nunca me has amado.
—Cierto, no te he amado —admitió el prisionero honestamente. —También me olvidé de ti, Madre de Dios, todos estos años.
—No me amabas, ni me recordabas. Pero yo te amaba todo ese tiempo, con amor de madre. Estaba esperando que volvieras a mí. Sin embargo, tú te estabas alejando de mí y de Dios cada vez más. Es por eso que finalmente vengo a ti.
El prisionero lloró silenciosamente. No pudo responder nada. Se sentía débil como un niño. Toda su vida desperdiciada estaba ante sus ojos.
—Vengo a salvarte. No serás mañana ejecutado —dijo la Señora.
El hombre levantó la vista. No daba crédito a los propios oídos. ¡Creía sí que Dios lo podía hacer todo, pero a él ya no se lo podía salvar!
—Moriré mañana, Madre. Lamento haberme alejado de la Iglesia, pero ya no lo arreglaré más —dijo el condenado a muerte, mirando el rostro claro y radiante de la Madre de Cristo.
Ella sonrió y extendió sus manos con un gesto protector.
—Vengo a salvarte. Si cumples mi pedido, salvarás tu vida.
El hombre guardaba silencio. Esperaba a que María expresara su deseo.
—Te doy este trozo de madera y un cincel. Por favor, talla mi imagen. Y cuando salgas de aquí, cuelga la escultura en el primer tilo que encuentres, yendo de Ketrzyn a Reszel.
La Virgen le entregó al asombrado preso un bloque de madera y un cincel. Cuando el hombre levantó la vista de nuevo, Ella ya se había ido.
—No puedo esculpir, nunca he tenido un cincel en la mano. Además, está oscuro aquí que no se podría ver ni un burro a dos pasos —se dijo en voz baja para sí mismo.
Sin embargo, se quedó solo con el material y la herramienta. No sabía por dónde empezar. Sostenía la madera en la mano durante mucho tiempo. Emanaba de ella un calor agradable. Trajo a la memoria el rostro de la Virgen, veía su cara tan de cerca como si todavía Ella estuviera parada frente a él.
—Lo intentaré. No puedo decepcionar a la Santa Madre nuevamente.
Con el sudor de su frente y bajo la tenue luz de la luna estaba esculpiendo hasta la mañana sin entrecerrar los ojos. Los primeros rayos del sol lo encontraron con los últimos golpes del cincel. Absorto en su trabajo, casi olvidó que iba a ser su último día. Se acercó a la ventana y trató de respirar el aire fresco por la nariz. De repente oyó la llave de la cerradura detrás de él. Escondió la figura rápidamente detrás de su camisa sin siquiera mirarla de cerca. El cincel lo arrojó a una esquina. Un guardia estaba en la puerta y miraba con indiferencia el espacio.
—Salir —dijo el carcelero impersonalmente.
El prisionero salió tal como estaba. No tenía nada que pudiera llevar consigo. Un trozo de madera escondido bajo la ropa en su pecho le daba calor a su cuerpo. Salieron al patio muy frío. Había allí dos guardias más esperando al prisionero. Lo encadenaron poniéndole grillos a sus brazos y piernas. En silencio lo condujeron a la sesión final de la corte. El destino del hombre ya estaba de por sí decidido. Los jueces solo tuvieron que aprobar el veredicto.
Estaba caminando por la ciudad con la cabeza gacha. En las ciudades tan pequeñas como Ketrzyn, la vista de un convicto siempre fue una atracción. La gente lo señalaba con el dedo, los niños arrojaban piedras y fruta podrida detrás de él, otros se burlaban de él en voz alta.
—Desearía que todo hubiera terminado — pensaba el hombre. —Quiero irme ya ahora, de verdad. No tiene sentido mi vida...
Finalmente llegaron a la corte. Lo llevaron a la sala. Una multitud de espectadores ya se había reunido frente al edificio, ansiosos por escoltar al convicto al lugar de la ejecución.
—¡Que se ejecute la pena de muerte! —dictaminó el juez casi inmediatamente después del comienzo de la reunión. El veredicto ha sido obvio para todos desde el comienzo.
—¿El convicto querría revelar su último deseo? — le preguntó el juez.
—No, no tengo deseos —respondió el convicto. —No tengo nada que decir.
—Sacarlo de aquí —ordenó el juez.
Los guardias rodearon al hombre. Lo empujaron hacia la salida.
—Esperen un momento, deténganse —les llamó el juez.
El convicto dirigió su mirada hacia el juez. Éste se fijaba en él con una mirada escrutadora.
—¿Qué tienes ahí detrás de la camisa? — preguntó con sospecha.
—Ciertamente nada que pudiera poner en peligro a nadie —respondió con valentía el condenado.
—¿Qué quieres decir? ¡Mostrar! —ordenó el juez intrigado.
—Una estatua de la Virgen María tengo aquí —respondió el hombre tomando nuevamente la palabra.
—Quiero ver —repuso el juez.
Uno de los guardias buscó detrás de la camisa del convicto y sacó una figura de madera. Se la entregó al juez. Él la miraba fijamente por un largo rato. Sus ojos estaban enormes de asombro y deleite.
—¿De dónde la sacaste?
—La hice yo mismo esta noche —respondió el hombre.
Quería decir que la Virgen personalmente le indicó que lo hiciera. Pero guardó silencio.
—¿Cómo solo? ¿Cómo esta noche? Es imposible —dijo el juez.
—Juro que esculpía esta figura toda la noche, tal como pude —le aseguró el hombre.
—¿Alguien le había traído madera y un cincel a su celda? —preguntó el juez a los carceleros.
Se quedaron en silencio e hicieron un gesto negativo con la cabeza.
—Pero, ¡no cayeron del cielo! —exclamó el asombrado juez.
El convicto sonrió ante esas palabras. Pensó en su nocturna visión de la Virgen. De hecho, le cayeron del cielo esta madera y este cincel.
—Esta figura es de gran y maravillosa belleza — se deleitó el juez. —No sé cómo lo hiciste, pero creo que nadie puede explicarlo. Tengo la impresión de que Dios mismo estaba interviniendo aquí. Es por eso que decido perdonarte y al mismo tiempo liberarte de la prisión.
Se hizo el silencio en la sala. Todos miraron asombrados, el uno al otro, al juez y finalmente al condenado. Recordó éste las palabras de la Madre de Dios de que su imagen esculpida le salvaría la vida. Quería arrodillarse y rezar, lo que no había hecho desde hacía mucho tiempo. Sus piernas, sin embargo, estaban cargadas de grilletes.
—Libérenlo de inmediato —ordenó el juez. —Te doy esta figura, porque intervino aquí una mano sobrenatural.
Los espectadores en la plaza ante la corte esperaban ansiosamente al convicto. Cuando supieron que había sido perdonado, se decepcionaron y rápidamente se fueron a casa.
El hombre, apretando la figurilla en sus manos, miró alrededor de la plaza. No sabía a dónde ir. No se había sentido libre por tanto tiempo. Luego recordó las palabras de María nuevamente:
"Cuelga la escultura en el primer tilo que vas a encontrar, yendo de Ketrzyn a Reszel".
Le preguntó a un transeúnte por el camino a Reszel. No tuvo que caminar mucho. Detuvo su mirada en un tilo altísimo y ramoso. El hombre lo subió y colocó la estatuilla en la horqueta. La miró. De hecho, era sobrenaturalmente hermosa, como si la mano que la talló no fuese de un hombre mortal. El convicto, liberado ya, se arrodilló y comenzó a rezar - por primera vez desde hacía muchos años.
Más tarde se estableció cerca y vivió una vida pacífica y piadosa. Todos los días visitaba la estatuilla. Gracias a él, la imagen de María fue igualmente amada por los habitantes de los pueblos vecinos. Pronto este lugar se hizo famoso por los milagros. Se le pedían muchos favores a la Virgen de Swieta Lipka y Nuestra Señora los concedía generosamente...
Fuente: Maria Spiss, Objawienia maryjne w Polsce, Wydawnictwo M, Kraków, s. 88-95.
