Pongamos, por lo tanto, una gran confianza en la Santa Madre y pongamos totalmente nuestra vida, muerte y eternidad en sus manos. Quien confía en María, quien tiene una verdadera devoción por Ella, ciertamente alcanzará la y evitará una condena terrible. Solo sabremos a la hora de la muerte, de cuántos pecados nos protegió María, cuánto bien hemos logrado con su ayuda. Dejemos que la vida de María sea un ejemplo para nosotros de ahora en adelante, e iremos a lo largo del camino al cielo.
San Juan María Vianey
En la capital del Gran Ducado de Lituania, Vilna, hay una imagen milagrosa de Nuestra Señora de Ostra Brama, llamada también Nuestra Señora Puerta de la Aurora o Puerta Santa, o Nuestra Señora de la Misericordia, porque fue allí donde se exhibió en público por primera vez la imagen de Jesús de la Misericordia revelado a Sor Faustina Kowalska. La imagen de Ostra Brama ha sido venerada durante siglos. Esta historia demuestra cómo la Santa Madre protege sus lugares de culto de la devastación y a aquellos que han depositado su confianza en ella.
En el mes de marzo de 1909, un hombre desconocido llegó al sacristán por la noche, pidiendo que las velas que traía consigo se encendieran frente a la imagen de la Madre de Dios. Al mismo tiempo expresó su deseo de que dichos cirios se mantuvieran encendidos toda la noche hasta la misa solemne, que todos los días ante la maravillosa imagen a las ocho en punto se celebra. El sacristán no quería quemar las velas por la noche, por miedo al incendio, porque incluso estaba prohibido, pero el extraño insistía en que tenía un asunto importante, que confió a la protección de la Santa Madre, y le dio al sacristán dos rublos para que mirara la luz por la noche. También le pidió al sacristán que le permitiera a él personalmente ubicar las velas y encenderlas.
La hija del sacristán preparó para su padre la ropa de abrigo y comida, y luego ambos fueron a la iglesia. El extraño se arrodilló ante la imagen milagrosa, y después de orar por un momento, puso dos velas de cera gruesas en un candelabro y las encendió. Pronto, después de encomendarse a las oraciones del sacristán, se fue, prometiendo darse a conocer pronto.
Quedado solo, el sacristán tocando la campana llamó al Ángel del Señor, y volvió a la iglesia, como de costumbre, para ver si alguien no había entrado a escondidas; cerró las puertas. Luego, después de la oración de la tarde, se sentó en la sacristía que se encontraba junto al altar, mirando las luces. Después de algún tiempo, el sueño lo venció y se durmió profundamente. De repente, una voz lo despierta y grita claramente:
"¡Apaga... apaga las velas!"
Se levantó, caminó alrededor de la iglesia, pero al ver que no había nadie, se sentó con calma, riéndose de su somnolencia y decidiendo seguir vigilando mejor. Pero el silencio a su alrededor comenzó a adormecerlo nuevamente. Y entonces la misma voz volvió a gritar:
"¡Apaga las velas de inmediato!"
Preocupado, comienza a buscar en todos los rincones de la iglesia, y al no haber encontrado a nadie, regresa a la sacristía, pensando si no sería mejor obedecer a la voz y apagar las velas, y luego dormirse tranquilo. Pero, recordando la promesa hecha al extraño y el dinero tomado para proteger la luz, sacó el rosario y decidió con su oración superar el sueño. Pero a pesar del sincero deseo de orar, comenzó a quedarse dormido; y entonces la misma voz, solo que esta vez más fuerte, volvió a llamar:
"¡Apaga las velas lo antes posible!"
El sacristán, ya aterrorizado, se dio cuenta de que algo extraordinario estaba sucediendo; apagó rápidamente la luz y vigilaba ansioso hasta la mañana.
Cuando al amanecer abrió la iglesia, preparando todo para la misa solemne, vino su hija, que desde sus ventanas veía la luz que ardía en la iglesia, y comenzó a echarle en cara a su padre de que no cumplió con la solicitud urgente del extraño y no mantenía encendidas las velas, como prometió. Él le contó todo lo que había sucedido y agregó que debe haber algo cuando la Santa Madre se negó a aceptar las velas de este señor.
Después de la Santa Misa, cuando la iglesia quedó vacía, el sacristán y su hija tomaron las velas, con ganas de verlas y descubrir las razones por las que debían haber sido apagadas. Pero el peso extraordinario les ha hecho saber que, aparte de la cera, debe haber algo más adentro.
Entonces fueron al señor cura párroco, notificándolo de todo. El sacerdote, previendo algo malo, trajo a la policía, que, tomando la cubierta de cera con mucho cuidado, encontró un tubo de hierro, lleno de dinamita, en el que estaba insertada la mecha de la vela. Según personas competentes, su longitud era tal que la explosión se produjera cuando la iglesia estuviera llena de personas durante la misa solemne.
Querían destruir de una vez el templo del Señor y a las personas que servían fielmente a la Madre de Dios. Pero Aquella a la que Dios predestinó a que aplastara la cabeza de la serpiente, protegió a sus hijos de la emboscada de un enemigo infernal que en ese momento estaba usando las manos de nihilistas y socialistas.
