Así como no hay en la tierra cosa que pueda esconderse del calor del sol, así no hay viviente privado del calor de María, esto es, de su amor.
San Alfonso de Ligorio
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| Santa Jacinta |
Era cierto que la pleuresía exigía mucho tiempo para curarse. Sin embargo, parecía que la niña enferma [Jacinta] podía ayudar a otros que se encontraban en trances apurados. Había, por ejemplo, una tía de Lucía, Victoria, cuyo hijo, buen mozo pero venático, hacía semanas que faltaba del hogar, hasta que Jacinta comenzó a pedir a Nuestra Señora le devolviese a casa. Transcurridos unos pocos días, volvió de pronto, con una rara historia en la que se atribuía el don de la ubicuidad a la joven enferma.
Habiendo gastado todo el dinero que tenía, se dedicó a robar, siendo detenido y encerrado en la prisión de Torres Novas. Una noche consiguió escapar. Huyó a las montañas y se ocultó en un bosque de pinos. Asustado durante una violenta tormenta, cayó de rodillas bajo la lluvia y pidió a Dios perdón y un regreso a salvo a su casa. Entonces se le presentó una niña que surgió de la oscuridad y le tomó de la mano, viendo que era Jacinta. Le condujo montaña abajo hasta el camino que va de Alqueidao a Reguengo; después, diciéndole por señas que siguiese ese camino, desapareció. Al amanecer llegó a un puente, que reconoció ser uno próximo a Boleiros, no lejos de su casa en Fátima.
Cuando Lucía interrogaba a Jacinta sobre el particular, ésta no sabía explicárselo, pero dijo que había rezado mucho por el joven.
William Thomas Walsh, Nuestra Señora de Fátima, Madrid 1960, p. 170.
OTRA DESCRIPCIÓN DEL MISMO:
Mucho dieron que sufrir a los pastorcitos sus discutidas Revelaciones. Mucho les sirvieron tales sufrimientos para adelantar en las vías del espíritu. La divina Madre se lo quiso premiar hasta con gracias extraordinarias, aparte de las del valle de Iría.
He aquí una que las Memorias de Lucía atribuyen a las oraciones de su primita en los siguientes términos:
Una tía mía, llamada Victoria, tenía un hijo, que era un verdadero pródigo. No sé por qué, hacía tiempo que había dejado su casa y nada se sabía de él. Afligida, vino un día a Aljustrel para que yo pidiera por él. Yo no estaba en casa e hizo la petición a Jacinta, quien prometió hacerlo. Pasados algunos días se presentó a pedir perdón a sus padres y luego fue a Aljustrel a contar su desgracia.
Después de haber gastado lo que había robado en casa, anduvo por ahí, hecho un perdido, hasta que lo metieron en la cárcel de Torres Novas. Pasado algún tiempo, una noche logró escaparse y se metió entre montes y pinares desconocidos; pero al verse perdido en la oscuridad de una noche tormentosa no encontró otro recurso que la oración; cayó de rodillas y se puso a rezar.
Pasados unos minutos se le apareció Jacinta que le tomó de la y mano y le condujo al camino que va de Alqueidao a Reguengo, indicándole que continuase por allí. Cuando amaneció se vio en el camino de Boleiros, se dio cuenta de donde estaba y se dirigió a casa de sus padres.
Ahora bien, él afirma que Jacinta se le había aparecido y que la había reconocido perfectamente. Yo pregunté a Jacinta si había estado con él y me contestó que no y que no sabía dónde estaban aquellos montes y pinares. "Yo no hice más que rezar y pedir mucho por él, compadeciendo a la tía Victoria", fue lo que me contestó.
"¿Cómo ocurrió esto? No lo sé. Sólo Dios lo sabe".
¿No lo sabría también el ángel, añadiríamos nosostros, que a modo de sobrenatural doble, pudo actuar por ella en el bosque?
Pedro Rojas CMF, Sol de Fátima: ¡sol de gracia!,
2° Edición, Taragona 1978, p. 96.
