Ahora sí que es tiempo de perdón cada año, y cada mes, y cada día, y cada hora, y cada momento. ¿Qué diera un condenado por un cuarto de hora de los días enteros y semanas que pierden los hombres en esta vida para poder hacer penitencia? No seamos nosotros pródigos de cosa tan preciosa; no perdamos tiempo perdiendo en él la gloria y arriesgando el infierno.
Rev. J. E. Nieremberg
Voltaire dijo:
—Doce pescadores fundaron el cristianismo, y yo, en veinte años, voy a destruirlo.
No cabe duda de que con sus escritos hizo un daño inmenso a la Iglesia, pero él murió, y la Iglesia sigue impávida su camino. ¡Y cómo murió!
Voltaire entonces, entregándose a la más furiosa desesperación, parecía un energúmeno; gritaba, y a todos maldecía. De repente pareció sosegarse, pero fue sólo para preguntar:
—¿Qué hora es?
—Medianoche —le contestaron.
—¡Medianoche! ¡Ésta es la hora en que va a comenzar mi malaventurada eternidad!Y, así diciendo, cayó muerto.
El mariscal de Richelieu dejó temblando la sala mortuoria mientras exclamaba:
—Ahora creo que hay un infierno. ¡Con su muerte me lo acaba de demostrar Voltaire!
Víctima de una enfermedad, llamó a un sacerdote y se confesó. Pero se curó y volvió a las andadas, a sus escarnios contra la religión y la Iglesia. Por segunda vez enfermó de muerte, y nuevamente llamó a un sacerdote. Pero en esta ocasión sus amigos impidieron que llegara a él, estableciendo una guardia en torno suyo para que ningún sacerdote se le pudiera acercar.
Se sentó entonces en la cama y, con acento de la mayor desesperación, rugió:
—¡Medianoche! ¡Ésta es la hora en que va a comenzar mi malaventurada eternidad!
Y, así diciendo, cayó muerto.
El mariscal de Richelieu dejó temblando la sala mortuoria mientras exclamaba:
—Ahora creo que hay un infierno. ¡Con su muerte me lo acaba de demostrar Voltaire!
Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona 1962, núm. 856.