El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva. Allí, el único Absoluto recibe la mayor adoración que puede darle esta tierra, porque es el mismo Cristo quien se ofrece. Y cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con él y le permitimos que realice más y más su obra transformadora.
Papa Francisco, Gaudete et Exsultate 157
Predicaba San Antonio de Padua en Rímini. Allí los herejes patarinos habían desfigurado el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa. Antonio, en su predicación, ilustró plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa. Mas los jefes de la herejía no aceptaban las razones del Santo e intentaban rebatir sus argumentos. Entre ellos, Bonvillo, que era el principal y se hacía el sabihondo, le dijo:
—Menos palabras; si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro: Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso, y tú con tu sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tu Pan, entonces también lo adoraré yo.
Aceptó el Santo la prueba y se retiró a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayunos y penitencias.
Durante tres días privó el hereje a su mula de todo pienso y luego la sacó a la plaza pública. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo; todo ello ante una multitud de personas ansiosas de conocer el resultado de aquel extraordinario compromiso contraído por el santo franciscano. Se encaró entonces el Santo con el hambriento animal y, hablando con él, le dijo:
—En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador.
Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando respetuosamente las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara.
Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de una tempestad de vítores y aplausos, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y conversión de tantos herejes.
Antonio Corredor García OFM, Prodigios eucarísticos seleccionados, ordenados y adaptados, Apostolado Mariano, Sevilla, págs. 25-26.
OTRA VERSIÓN DEL MISMO - HEREJE CONFUNDIDO, AÑO 1225, TOLOSA, FRANCIA:
En el año 1225 llegó San Antonio de Padua a Tolosa, en cuya ciudad debía enseñar teología y dedicarse también a la predicación del Evangelio; allí se encontraba el principal foco de la herejía albigense. Raimundo VII, conde de Tolosa, seguía las huellas de su padre, y embriagado por su triunfo contra el hijo de Simón de Montfort, se manifestaba más rebelde que nunca a la Iglesia, y protector declarado de los herejes. San Antonio puso en juego todos los recursos para granjearse el aprecio de los sectarios, y tuvo la dicha de convertir en gran número de ellos con su ejemplo, sus sermones y sus milagros.
La historia nos ha conservado el recuerdo de uno de los muchos prodigios obrados por el Santo en la región de Tolosa. He aquí el acontecimiento maravilloso:
Un día tuvo San Antonio una larga discusión sobre el augusto Sacramento del Altar con un astuto, influyente y obstinado albigense llamado Guayaldo. Apurado éste por las razones sólidas y claras del Santo, pareció conmoverse el hereje y, como a punto de rendir tributo a la verdad, habló de este modo:
—Dejémonos de discursos y vengamos a los hechos; si puedes probar por un visible milagro, que el Cuerpo de Jesucristo está realmente en la Eucaristía, yo te juro apartarme, al instante, del error y someterme a la fe.
El momento era crítico y solemne para San Antonio, el cual, inspirado por el Señor, no vacila y responde con entera confianza que dará la prueba que se le exige. Entonces, el albigense, añadió:
—Yo poseo una mula, la encerraré por espacio de tres días y la privaré del alimento; después la conduciré ante el público y le ofreceré de comer; tú te llegarás con la Hostia consagrada, y si la mula a pesar de su hambre devoradora deja el heno y se inclina ante ese Dios a quien, según tú dices, adoran todas las criaturas, no haré ninguna resistencia y me someteré humildemente a la Iglesia católica.
Accedió San Antonio a esta proposición y se retiró a orar, pidiendo al Señor se sirviera manifestar su poder para salvar a tantos infortunados que gemían bajo el peso de las cadenas del demonio.
Compareció el hereje, en el día y hora indicados, acompañado de un gran número de sectarios en la plaza elegida al efecto, conduciendo su mula y el alimento que más ella prefería. San Antonio acababa de celebrar el santo sacrificio de la Misa en una capilla vecina, y en seguida se le vio salir rodeado de una muchedumbre de fieles... Llevaba en sus manos el viril en el cual se descubría la sagrada Hostia, y se adelantó majestuosamente recitando algunos himnos y otras oraciones hasta llegar a la plaza pública.
En medio de un profundo silencio se acerca a la mula, y le dice en voz alta:
—En nombre de tu Criador que yo, aunque indigno, tengo en mis manos, y en virtud de su Omnipotencia, te mando que adores a este Dios hecho hombre, a fin de que la maldad herética sea confundida y todos se vean precisados a reconocer la divinidad del que a la voz del sacerdote se sacrifica cada día en el altar...
En aquel mismo momento ofrecen de comer a la mula... Mas ¡oh, prodigio! el animal no hace caso del heno que le presentan, y obedeciendo a la voz de San Antonio se postra inclinando su cabeza hasta tocar la tierra, y se mantiene inmóvil, en aquella actitud respetuosa, delante de la sacrosanta Eucaristía.
Al ver esta maravilla, los católicos saltan de júbilo y los herejes quedan confundidos, y Guyaldo, que había solicitado el milagro, se hecha a los pies de San Antonio, adora en alta voz el Santísimo Sacramento y se declara católico. Guyaldo hizo volver a la verdadera fe a toda su familia y construyó una magnífica iglesia en honor de San Pedro, y sus descendientes edificaron asimismo una preciosa capilla, sobre cuya fachada hicieron grabar una inscripción, destinada a perpetuar el recuerdo de tan gran milagro.
Manuel Traval y Roset SJ, Milagros eucarístico, 5° Edición, Apostolado Mariano, Sevilla, págs. 71-73.
