La verdadera y sustancial devoción consiste en servir a Dios sin experimentar ningún consuelo sensible. Esto significa servir y amar a Dios por Su propio bien.
Padre Pío
Ella estaba allí; lo vio con sus propios ojos.
Mientras pasaba las cuentas del Rosario en la Iglesia de San Giovanni Rotondo, acompañada de otras devotas mujeres, observó a un niño de apenas diez años entrar solo en el templo; sus padres debían de aguardarle fuera. La madre, enferma de cáncer, había implorado al marido, agnóstico, que la condujese hasta allí:
— ¡Llévame a ver a ese fraile! — le rogó, aferrándose a su última esperanza.
El hombre, reacio al principio, accedió finalmente con una condición:
— Está bien, iremos, pero yo me quedaré en la puerta.
Recién llegado de Ferrara, la ciudad amurallada a orillas del Po, el matrimonio se encaminó con el pequeño hasta la iglesia donde un grupo de recias mujeres entonaban Avemarías sin desfallecer. Giovanna, «Gianna» Vinci, era una de ellas:
— Rezábamos el Rosario horas enteras que nunca se me hacían pesadas — evoca hoy, al cabo de más de cuarenta años, durante nuestra entrevista en Roma, en mayo de 2010. Pese al tiempo transcurrido, Gianna Vinci, hija espiritual del Padre Pío, revive la escena tanto o más conmovida que entonces:
— Vimos entrar al niño y dirigirse al confesonario del Padre Pío, que le había llamado para decirle: «¡Sal fuera y avisa a tu padre!». El crío obedeció. Instantes después observamos al padre irrumpir llorando y postrarse en el suelo de la iglesia. Enseguida comprendimos que algo extraordinario acababa de suceder...
— ¿Extraordinario? — trato de adivinar.
— El niño — corrobora ella — le había dicho a la puerta de la Iglesia: «¡Papá, te llama el Padre Pío!». Pero resulta que el chiquillo, hasta ese mismo instante... ¡era sordomudo!
Gianna Vinci guarda silencio con una sonrisa casi celestial antes de añadir, maravillada:
— El padre se deslizó de rodillas por el suelo, exclamando que su hijo oía y hablaba... y que su mujer se había curado del cáncer al instante.
Aquel inocente rapaz había sido el instrumento elegido para la conversión del padre, que desde entonces bendijo al Señor con toda su alma.
José María Zavala, Padre Pío. Los milagros desconocidos del santo de los estigmas, 5° Edición ampliada, LIBROSLIBRES, Madrid 2011, pgs. 23-24.
