Vi muchas almas caer en el infierno. Entre ellas había una muchacha de quince años que maldecía a sus padres porque no le habían enseñado el temor de Dios y no le habían advertido que el infierno existía. Dijo que su vida, aunque tan corta, estaba llena de pecados porque se permitía todos los placeres que su cuerpo y sus pasiones le exigían. Se acusó especialmente de leer libros malos... 
Josefa Menéndez, visión 22 de marzo de 1923

En 1849, Carlos, un joven del oratorio de Don Bosco, se enfermó gravemente. El médico aconsejó llamar a Don Bosco con la extremaunción. En ese momento, sin embargo, el sacerdote estaba fuera del lugar. No visitó al paciente hasta que regresó de Turín. En la puerta de la casa vio un paño negro con un reloj de arena que informaba sobre la muerte del joven. 

Don Bosco entró a saludar a los padres de Carlos que lloraban. Luego decidió entrar en la habitación del difunto para verlo nuevamente. Lo acompañaba un miembro de la familia. 

— Cuando entré en la habitación — dice Don Bosco — pensé que tal vez aún no había muerto. Me acerqué a la cama y lo llamé por el nombre: "¡Carlos!" Entonces él abrió los ojos y me saludó con una sonrisa. "Don Bosco", dijo en voz alta, "usted me despertó de un sueño terrible". 

Algunos comenzaron a huir de la habitación aterrorizados, mientras que Don Bosco, que desató la sábana envuelta alrededor del joven, lo escuchaba. 

Carlos le contó su sueño: 

"Me parecía como si alguien me empujara a una cueva larga y oscura, tan estrecha que apenas podía respirar. En las profundidades vi un lugar algo más grande y claro donde estaban siendo juzgadas muchas almas. Mi angustia y mi miedo crecían más y más porque vi una gran multitud de condenados. Era mi turno y estaba a punto de ser juzgado como ellos. Estaba aterrorizado porque hice mal mi última confesión. De repente, usted, padre, me despertó". 

A sus padres que llegaron a la noticia de que su hijo estaba vivo, el joven les dijo que no contaran con su recuperación. Luego quiso estar solo con Don Bosco, a quien le explicó que lo había llamado previamente porque quería confesarse. Como no podía verlo, se confesó con otro sacerdote a quien no se atrevió a decir su pecado. Pero Dios le dio a entender que merecía el infierno... 

Luego se confesó y murió en paz después de recibir la absolución.

Fuente: Pasquale Colucci, Gdy duchy przychodzą... Kontakty ze światem pozagrobowym, Wyd. Księży Sercanów, Kraków 2006, pgs. 54-55.