Gordio era un oficial romano que fue condenado a muerte por negarse a rendir culto al César. Sus amigos le aconsejaron que negase sólo exteriormente su fe, conservándola fielmente en su corazón. Mas él les contestó: «El que me dio el corazón me dio también la lengua.» Y murió en aras de su fe.
(Rufino 362) 

San Gordio,
mártir

Un doctor en leyes, hijo de una noble familia católica, tenía grandes deseos de colocarse en la Administración del Estado. A este efecto obtuvo una audiencia del ministro holandés Moddermann, que tenía fama de protestante intransigente, y le rogó le concediera una plaza en el ministerio. 

El ministro preguntó al joven qué religión profesaba, a lo que respondió el doctor, creyendo dar gusto al ministro protestante: 

—Es cierto que soy católico, pero no doy a mi religión importancia alguna. 

A lo que respondió el ministro: 

—Siendo así, no tengo para usted ninguna plaza, pues un hombre que no respeta su religión jamás podrá ser fiel servidor del Estado. 

Mientras vivió aquel ministro, no pudo aquel abogado conseguir colocación en ningún ministerio. 

Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona 1962, N° 712.