Aunque el pecado, la mentira y la tentación habitan entre nosotros, no deja de haber en la tierra, en algún lugar, un hombre santo, un ser superior; al menos en ese hombre reside la verdad; al menos él conoce la verdad; así pues, la verdad no ha muerto en la tierra y, por lo tanto, alguna vez vendrá a nosotros y reinará en todo el mundo, tal y como se nos ha prometido.
Fiódor Mjáilovich Dostoyevski 


Durante la impía revolución francesa, en la ciudad de Mirepoix, vivía una mujer llamada Marianna, que parecía ser, como dicen, la encarnación de Satanás, sin la más mínima vergüenza. 

No vale la pena hablar de su vida, porque ello ya en sí mismo nos mancharía. El deleite de esta mujer fue acompañar a las víctimas inocentes, condenadas a ser decapitadas por el gobierno revolucionario, y con una lluvia de blasfemias, maldiciones... no las dejaba en paz hasta llegar a la guillotina. Más específicamente, sin embargo, ella perseguía a las personas religiosas y a los sacerdotes. Estaba tanto más enfurecida porque nadie nunca le había respondido a sus insultos. 

El 8 de febrero de 1794, un sacerdote conocido por la santidad de su vida, llamado Raclot, estaba siendo conducido hacia la guillotina. Al verlo, la mujer loca gritó: 

—Mira y ten cuidado, ciertamente me contestará. 

Luego comenzó a recitar sus palabras habituales. El conducido a la muerte se dio vuelta, le miró con expresión conmovedora a la mujer y con una dulzura indescriptible le dijo: 

—Señora, por favor, ore por mí. 

—¿Qué? ¿Quién? ¡Tengo que rezar por ti, me lo pides! 

—Sí, señora, estoy pidiendo un "Ave María" para mi alma que pronto será presentada ante el juicio de Dios. 

Sin duda, él mismo habrá rezado fervorosamente a la Virgen por su perseguidora... 

Las palabras de esta solicitud fueron para Marianna como el golpe de una maza. Se sonrojaba, palidecía... La lucha continuaba en ella... Preguntaba de nuevo a ver si había entendido bien... Finalmente dijo: 

—Bueno, sacerdote, diré "Dios te salve María..." 

Y acto seguido comenzó a recitar las palabras de la oración en voz alta. 

Pero, apenas esta lengua, que antes sólo giraba en busca de maldiciones y blasfemias, terminó de pronunciar la oración Ave María, algo se quebró en esta pecadora. Se echó a llorar y gimiendo iba al lugar de la ejecución. Ahí se arrodilló doblando las manos como si suplicara. Todos los presentes no sabían qué pensar, tan solo la miraban asombrados. 

En los días siguientes, aunque los tambores, como de costumbre, la llamaban al lugar de ejecución, la puerta de su casa ya no se abría. Los transeúntes solo escuchaban terriblemente desgarradores sollozos y gemidos. Marianna no salía de casa sino cuando era absolutamente necesario; no hablaba con nadie para sorpresa de todos los que conocían su sucia lengua. Todos la consideraban loca, mientras fue la gracia de Dios la que la había convertido en penitente. 

Cuando la paz pública volvió, admitida a los santos Sacramentos, Marianna con una vida ejemplar confirmó su conversión. La limosna, la penitencia, la reparación de los delitos fueron el propósito de su vida. Todos los años hacía una peregrinación al maravilloso lugar de la Santísima Virgen María, a pie y mendigando pan incluso en la vejez, aunque no era pobre y podría haberse permitido comodidades. 

Todo el resto de su vida fue así edificante, hasta que se durmió en el Señor, en espera de la vida eterna. 

Fuente: Czesław Kaniak, Za przyczyną Maryi, Tom pierwszy: Przykłady opieki Królowej Różańca świętego (przykłady na maj), s. 54-55.