Después de la gran guerra de 1914 a 1918, fueron muchos los que, aprovechando la baja del marco, emplearon su dinero en comprar moneda alemana. Esperaban que Alemania se restablecería y ellos se harían ricos. Pero no fue así, por lo que perdieron el capital que habían expuesto. ¡Con qué desilusión rompieron sus marcos aquellos hombres al conocer que no valían nada! Tal será la desilusión de los condenados al ver que los bienes de esta vida no les sirven para nada. 
(Rufino 1088)

Tres viajeros tártaros que atravesaban una selva, habiendo encontrado escondida una cantidad de monedas de oro, se las repartieron. Aconteció que, hallándose faltos de víveres, fue preciso ir por ellos a la ciudad más próxima, de lo que fue encargado el más joven de los tres. 

Por el camino, empezó éste a decirse: 

«Ya soy rico, pero aún lo sería más si poseyese yo todo el tesoro, lo que podría conseguir envenenando a mis dos compañeros de aventuras.» 

Y decidió hacerlo así. 

Entretanto, los otros dos razonaban de esta manera mientras aguardaban: 

«Hemos hecho un mal negocio repartiéndonos el tesoro con aquél, ya que podría ser todo nuestro. Pero de algo nos han de servir nuestros afilados puñales; cuando regrese al campamento le suprimiremos de entre los vivos y seremos ricos.» 

Regresó el joven con los víveres envenenados y sus compañeros le asesinaron. Comieron luego éstos de aquellos manjares y murieron. 

El tesoro no fue de nadie. 

Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona 1962, N° 1087.