Gustavo Bickell, profesor protestante de universidad y conocedor insigne de las lenguas orientales, estaba copiando los himnos desconocidos de san Efrén. En éstos, el santo cantor ensalza también a la Concebida sin mancha. El sabio profesor pensó: «Los protestantes rechazan el culto de María, que aquí, en documentos de los primeros siglos cristianos, encuentra elocuente testimonio. Por tanto, el protestantismo no puede ser la religión verdadera.» Dos años después (1865) el ex profesor de universidad se encontraba junto a la tumba de san Bonifacio, el apóstol de Germania, como misacantano. 
Rufino N° 421 


Una joven judía, natural de Sinigaglia, llamada Palmira Zaban perdió a su padre a la edad de trece años. Para distraer su dolor se entregó al estudio con una especie de pasión; mas en vano trataba de distraerse leyendo. Entre las doncellas de su madre había una que era católica, hacia la cual Palmira sentía una inclinación particular; y como la oyese repetir con frecuencia: "María, concebida sin pecado, rogad por nosotros", ella empezó por recitar maquinalmente esta invocación. Por más que con reprensiones y aun con castigos se la quisiera obligar a callar, nada lograr se pudo. Repetía con frecuencia la deprecación, y a veces cuando entraba en el cuarto de la sirviente se quedaba parada delante un cuadro de la santísima Virgen, y contemplando la santa imagen, iban cayendo lágrimas de sus ojos involuntariamente. A cualquier parte que se dirigiera, se sentía arrastrada, decía, por un atractivo irresistible, para entrarse en la iglesia más inmediata. 

Una noche, cuando iba a entregarse al necesario descanso, le pareció ver delante de sí a una señora vestida de blanco y rodeada de una luz que deslumbraba. 

"Ven, Palmira, —le dijo aquella Señora— a cantar mis alabanzas con tus compañeras"; y tomándola de la mano la condujo a un monasterio en donde varias personas reunidas cantaban las alabanzas de María. 

Al volver en sí, corrieron abundantes lágrimas de sus ojos, y tuvo desde entonces la firme resolución de hacerse católica. Desde aquel instante ya no cesó de invocar a su celestial Protectora, pidiéndola que condujese a feliz término lo que su misericordia había empezado. 

Comunicado su proyecto a la sirviente católica, y segura de ser bien recibida, Palmira abandonó la casa paterna y fue a echarse a los pies del señor obispo de Sinigaglia, el eminentísimo cardenal Luciardi, reclamando su protección, un asilo y sobre todo el santo bautismo. Nada es capaz de hacerle mudar una resolución tan santa; a las lágrimas, reconvenciones, caricias, amenazas y cuanto es capaz de sugerir el cariño y la desesperación de una madre sabedora de todo lo que está pasando con su hija, se contenta ésta de responder: 

—Mucho os quiero, mamá, pero Dios ha tocado mi corazón, ¿puedo yo acaso dejar de obedecerle?

Volviéndose a un crucifijo: 

—Señor, —le decía —bendecidme a mí y a todos los que me maldicen, porque quiero ser enteramente vuestra. 

Puesta bajo la dirección del padre Michettoni, del oratorio, por disposición del señor obispo, en el convento de Montalbano llegó al término de las contrariedades. El segundo dia de la Pascua de Pentecostés del año pasado (1856) la valiente neófita recibió el bautismo y cambió el nombre de Palmira en el de María Josefa. El cardenal obispo de Sinigaglia quiso administrarle el santo sacramento de la regeneración, y luego la confirmó y le dio la comunión.

Todo el pueblo de Montalbano, vestido de gala, acudió a esta religiosa ceremonia. La joven continúa adelantando hacia la perfección; y muchas veces extendiendo los brazos en ademán de súplica hacia la imagen de la santísima Virgen, la ruega que interceda por su familia. 

Miguel Pratmans, El catecismo en ejemplos, o la doctrina católica, esplicada con más de 650 hechos históricos, parábolas y comparaciones, Barcelona 1857, N° 637, pgs. 482-483.