¡Cuántas cosas grandes y escondidas ha hecho Dios Todopoderoso en esta maravillosa Criatura! Cuán verdaderamente dice María acerca de sí misma a pesar de su profunda humildad: "El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre!" (Lucas 1,49). El mundo no conoce estas grandes cosas, porque es incapaz de hacerlo y es indigno.
San Luis Grignion de Montfort 


En Roma, sobre un catafalco yacía el cadáver de un hombre fallecido en la plenitud sus años. Encima de su cabeza se encontraba colgada una imagen de Nuestra Señora del Rosario, rodeada extrañamente de signos y órdenes típicas de un dignatario de la masonería, pero en las manos rígidas del difunto se veía un rosario. Los signos del enemigo de la Iglesia, la imagen de María y el rosario indican claramente que en la vida del difunto ocurrió uno de los gloriosos dramas de la victoria de la fe sobre la incredulidad... 

El hombre sobre el que estamos escribiendo se llamaba Héctor Natali. Sus padres le dieron una educación religiosa. A la edad de 14 años recibió la Sagrada Comunión. La expresión del fervor de su espíritu celoso fue, por ejemplo, que después de la Sagrada Comunión se unió a la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario, entregándose por este acto a la Señora como su propiedad... 

¿Quién frente a estos signos de piedad esperaba que esta primera Comunión fuera la primera, pero casi la última Comunión en su vida? Héctor llegó a ser joven e inmediatamente se encontró en el campo de los masones, de la iglesia de Satanás. ¡Y se podría decir que él era un celoso sirviente masón del mismo demonio! Escribía y volvía a escribir mordaces artículos, llenos de odio contra la religión, e incluso le salían obras enteras que propagaban la incredulidad. 

Una mujer, Beatrix Monti, se interpuso en el camino de su vida. Era joven, rica, hermosa, pero ante todo profundamente religiosa. Héctor quería elegirla como su compañera de vida, pero su fe parecía ser un obstáculo insuperable para los planes del joven. Entonces comenzó a fingir religiosidad, incluso podía hablar maravillosamente sobre Dios y las verdades de la fe. Y se ganó el corazón de la muchacha por completo. Cuando se marcó el día de la boda, convenció a su prometida de que sería mejor para ellos recibir la Sagrada Comunión por separado en ese día, de modo que el amor cordial pero terrenal no perturbara el elevado ánimo de las almas. Beatrix no supo descubrir la mentira sofisticada y estaba aún más encantada con su prometido. 

Pronto el fingimiento cesó. Sin embargo, Beatrix supo aprovechar el innegable amor de su esposo para ir encaminándolo de a poco hacia la recuperación de la fe. Lo convenció que rezara por la noche "Dios te salve, María". Luego, con amor inteligente y lleno de tacto consiguió que él llevara la medalla de la Reina del Santo Rosario y que dejara colgar su imagen en su habitación. En lo más profundo de su corazón sentía pena y lloraba la apostasía de su esposo y sus lágrimas caían a los pies de la Virgen... 

Mientras tanto, Héctor sufrió ataques cardíacos una y dos veces, lo que provocaría un sufrimiento prolongado y peligroso. Entonces, las oraciones y las novenas para la recuperación volvieron a fluir, pero - como decía Beatrix - de hecho rezaba a Aquella que no en vano es llamada "Refugio de los pecadores" por la conversión de su esposo. 

La poderosa influencia de la Virgen lentamente, es cierto, pero con eficacia estaba empezando a afectar al masón. El enfermo sentía una extraña paz en el alma cuando la veía a su arrodillada esposa rezando. Inesperadamente, lo visitó un amigo de su infancia, entonces un prelado papal, el padre Agustín Guidi. Al decir adiós, Héctor le pidió que volviera a visitarlo cuando él lo pidiera. Los repetidos y dolorosos ataques cardíacos fueron la razón por la que Héctor convocó al sacerdote antes de lo que esperaba. 

—Amigo —dijo—, quiero recuperar la paz del corazón. 

Y comenzó la confesión; después de lo cual pidió perdón por los escándalos que causó; quemó los diplomas masónicos. Luego pidió que se le trajera solemnemente la Sagrada Comunión. Quería así hacer una pública expiación por su pública apostasía de antaño. Deseaba poder levantarse de su debilidad para caer a los pies del Santo Padre y pedir perdón. El papa León XIII se enteró y le envió su bendición. Sentía que le debía la gran gracia de regresar a Dios a nadie menos que a María. ¡Así que a menudo mencionaba que la Virgen no se olvidó de que él al haber ingresado antaño la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario, se convirtió en su propiedad de la Virgen y por lo tanto Ella no lo dejó morir! En adelante el rosario nunca ya se le escapaba de las manos. Colocó los signos masónicos como una ofrenda votiva en el templo de Ella en Pompeya. 

Salió de esta tierra el primer sábado del Rosario con el grito de un niño corriendo a encontrarse con su madre: voy a ti, María, ya voy. Voy... 

Fuente: Czesław Kaniak, Za przyczyną Maryi. Tom drugi: Przykłady opieki Królowej Różańca Świętego (przykłady na październik), pgs. 140-141.