He notado que todos los que apoyan el aborto ya han sido dado a luz.
Ronald Reagan


Un día el padre Pellegrino le dijo a nuestro Santo [Padre Pío]:

—Padre, le negaste la absolución esta mañana a una mujer que tuvo un aborto. ¿Por qué fuiste tan duro con esta pobre chica?

Él respondió:

—El día en que la gente, temerosa, como dicen, del auge económico, el daño físico o los sacrificios económicos, deje de aterrorizarse por el aborto, será terrible para la humanidad. Ese día justamente los hombres deberían tener miedo.

Luego, agarrándole con su mano derecha por el hábito al interlocutor, poniéndole su mano izquierda sobre el pecho, como si quisiera apoderarse de su corazón, le dijo categóricamente:

—El aborto no es solamente un homicidio, sino también un suicidio. ¿Acaso no es nuestro deber tener el valor a la hora de manifestar nuestra fe frente a aquellos quienes están por cometer, sin más, tal o cuál crimen? ¿Queremos recuperarlos, sí o no?

—Pero, ¿por qué un suicidio? —preguntó el padre Pellegrino.

El estigmático respondió:

—Comprende: esto es el suicidio del género humano. No preguntarías si, usando la razón y la imaginación, notaras la "belleza y felicidad" de la tierra quemada como un desierto, privada de niños y habitada por ancianos. Si pensaras un poco, comprenderías la doble carga del aborto: siempre mutila la vida de los padres. A los culpables del aborto me gustaría esparcirlos con las cenizas de esos fetos que destruyeron, para responsabilizarlos y evitar que apelen a su propia ignorancia. Lo que queda después de un aborto no puede ser enterrado con falso cuidado y falsa compasión. Sería una hipocresía repugnante. Estas cenizas deben arrojarse a los insolentes rostros de los padres-asesinos. Si yo los dejara en paz, me sentiría involucrado en sus crímenes. Ves, no soy un santo, pero nunca me siento tan cerca de la santidad como cuando digo las palabras, tal vez un poco demasiado fuertes, pero justas y necesarias, a aquellos que cometieron tal crimen. Estoy seguro de que recibí la plena aprobación de Dios para mi severidad. Es por eso que, después de estas dolorosas luchas contra el mal, recibo de Él unos pocos cuartos de hora de maravillosa paz, e incluso siento que me la impone.

El padre Pellegrino pensaba que es inútil "el riguroso tratamiento por parte de la Iglesia a quienes, en la ceguera maníaca, no ven el mal en el aborto y están de acuerdo con él". Sin embargo, el estigmático tenía una opinión diferente:

—Mi severidad protege a muchos niños de la muerte prematura. Tiene su origen en nuestras reuniones con Dios en esta tierra y en la fe y la esperanza que provienen de estas reuniones. Desafortunadamente, con el tiempo, vemos que la batalla supera nuestras fuerzas. Y, sin embargo, debe ser continuada después de todo. No deberíamos desanimarnos por el evidente fracaso ante las leyes del Estado. Por el contrario: justamente este fracaso debemos tratarlo como una garantía de la victoria final en la tierra nueva y los cielos nuevos.

¿Qué argumentos o justificaciones en favor de tal pecado puedes, estimado lector, aducir frente a similares ideas? Para la Iglesia, "la cooperación formal para interrumpir el embarazo también es un delito grave".

En la sacristía, frente al confesionario, donde el extraordinario capuchino confesaba a los penitentes, sentado en un banco, Mario Tentori esperaba su turno. Cuando quería comenzar su examen de conciencia, escuchó al sacerdote gritar:

"¡Abajo, estúpido, lejos...!"

Las palabras fueron dirigidas a un hombre que acababa de arrodillarse a sus pies para confesar y humillado abandonaba el confesionario, confundido y desconcertado.

Al día siguiente, Mario abordó un tren en Foggia para regresar a Milán. Entró en un compartimento con un solo pasajero. Por un momento éste le miró a Mario de cerca, mostrando una gran intención de entablar una conversación. Finalmente rompió el silencio y preguntó:

—¿No estabas ayer en San Giovanni Rotondo en la sacristía para confesarte con el Padre Pío?

—Sí —respondió Tentori.

—Estábamos sentados en el mismo banco, yo estaba en la fila delante de ti. Soy a quien el padre ha echado, llamándome tonto. ¿Recuerdas?

—Sí.

—Ustedes que se reunieron alrededor del confesionario, es posible que no hayan escuchado las palabras con las que él justificó el haberme expulsado del confesionario. Literalmente dijo: "Lejos, tonto, lejos, porque con el consentimiento de tu esposa tres veces abortaste". ¿Usted entiende? Él dijo: "¡Abortaste!" Me acusó porque la iniciativa de abortar siempre venía de mí".

Se echó a llorar y su llanto expresaba, como él mismo explicó, dolor, deseo de mejorar y determinación de regresar a San Giovanni Rotondo para recibir la absolución y cambiar su vida. La severidad del confesor salvó la vida de este padre, quien, después de haber interrumpido la vida de tres seres humanos, estuvo en peligro de perder su alma para la eternidad.

Fuente: Marcelino Iasenzaniro, Ojciec. Święty Pio z Pietrelciny. Misja ocalenia dusz. Świadectwa. Część pierwsza, San Giovanni Rotondo 2006, págs. 124-126.