Existe un purgatorio, es decir, un estado de castigo y purificación, en que son purificadas las almas que tienen todavía pecados veniales o deben cumplir alguna pena temporal por sus pecados.
(Dogma de fe)

Se cuenta en los anales de Cíteaux, que un peregrino de la zona de Rodez, cuando volvía de Jerusalén, se vio obligado a hacer escala en una isla vecina de Sicilia. Visitó a un santo ermitaño que se interesó por la situación de la religión en Francia y le preguntó además si conocía el monasterio de Cluny y al abad Odilón. El peregrino le contestó que los conocía y añadió que agradecería saber porqué le hacía esa pregunta. El ermitaño le contestó:

—Muy cerca de aquí hay un cráter del que se ve la cima; en determinadas épocas vomita con estruendo torbellinos de humo y fuego. Yo he visto demonios llevar almas de pecadores y arrojarlas a ese horrible abismo para atormentarlas durante un tiempo. Algunos días, me ha sucedido que he podido escuchar a los malos espíritus conversar entre ellos y quejarse de que algunas de esas almas se les escapan; murmuran contra las personas piadosas que por sus rezos y sacrificios aceleran la liberación de las almas. Odilón y sus religiosos son los hombres que parecen inspirarles más espanto. Por ello os pido que cuando estéis de vuelta en vuestro país, os lo pido en nombre de Dios, exhortéis a los monjes y al abad de Cluny a redoblar sus oraciones y sus limosnas por el consuelo de esas pobres almas.

El peregrino, a su vuelta, cumplió el encargo. El santo abad Odilón consideró y sopesó con tranquilidad todos los aspectos; recurrió a la iluminación de Dios y ordenó que en todos los monasterios de su orden se hiciera cada año, el segundo día de noviembre, la conmemoración de todos los fieles difuntos.


Ese fue el origen de la festividad de los difuntos.

Charles Arminjon, El fin del mundo y los misterios de la vida futura, 2° Edición, Producciones Gaudete 2010, págs. 148-149.