Quien quiera ir a Misa este Domingo que dé un Paso al Frente
En la festividad de San Isidro Labrador me
fueron enseñadas muchas cosas acerca del valor de la Misa que se dice y que se
oye. Supe que es una gran dicha que se digan tantas misas, aunque las digan
sacerdotes ignorantes o indignos, pues mediante ellas se libran los hombres de
peligros, castigos y azotes de todo género. Conviene que muchos sacerdotes no
sepan lo que hacen; que si lo supieran, no celebrarían por temor, ni ofrecerían
el santo Sacrificio. Vi cuán admirables bendiciones nos vienen de oír la santa
Misa y que con ellas son impulsadas todas las buenas obras y promovidos todos
los bienes y que muchas veces el oírla una sola persona de una casa basta para
que las bendiciones del cielo desciendan aquel día sobre toda la familia. Vi
que son mucho mayores las bendiciones que se obtienen oyéndola, que encargando
que se diga y se oiga por otros. Vi que las faltas que se cometen, en la Misa
son compensadas con auxilios sobrenaturales.
A un sacerdote anciano que había sobrevivido al campo
de concentración, los seminaristas de la parroquia en la que trabajaba a menudo
le pedían que les contara algún evento de la vida del campo. No lo hacía con
ganas, porque estos recuerdos eran muy dolorosos para él. Sin embargo, un día,
durante un desayuno comunitario en la casa parroquial, les contó el siguiente
incidente de sus experiencias en el campo:
«Un domingo de invierno,
temprano en la mañana, dos hombres de las SS entraron a la barraca donde
estaban los prisioneros. Cuando los prisioneros se pusieron en la fila, uno de
los guardias nazis les hizo a todos esa pregunta:
—¿Quién quiere ir a misa hoy?
Que salga de la fila.
Más de 20 prisioneros se
presentaron, incluido el sacerdote que cuenta esta historia. El nazi les ordenó
que abandonaran la barraca, los persiguió hasta la plaza nevada del campo y
luego les ordenó que se acostaran en la nieve. Tumbados yacían en la nieve
durante varias horas, envolviéndolos un frío penetrante. Después de unas horas
se dio la orden: ponerse de pie. No todos podían levantarse solos, y cuando se
formaron nuevamente en las filas, el SS-hombre repitió lo mismo:
—Quién quiere ir a misa hoy,
que salga de las filas.
Esta vez solo se presentaron
dos voluntarios, este sacerdote y otro prisionero.
Ambos se quedaron en la plaza,
al resto se les permitió ir a la barraca. Se les dijo a los dos que se
acostaran en la nieve nuevamente. Además, los nazis les vertían agua encima y
los pateaban sin piedad, preguntando si querían ir a misa. Después de una hora
de maltrato, con costillas rotas, fueron arrastrados a la barraca.»