JESUCRISTO ES MERECEDOR DE QUE NOS LE CONSAGREMOS TODO

Un inglés fiel a su fe, Roberto Pecham, cuando Enrique VIII empezó a perseguir a los católicos, prefirió emigrar de su patria. Se fue a Roma. En esta ciudad, en la iglesia de San Gregorio, se lee en su sepulcro: «Aquí descansa Roberto Pecham, un inglés católico que, al separarse Inglaterra de la Iglesia, abandonó su patria porque no podía vivir sin fe. Vino a Roma y murió porque no podía vivir aquí sin su patria.» 

(Rufino N° 375) 

Muy celebrada en la historia es la batalla de Salamina. 

 

Durante esta batalla naval, 300 naves griegas comandadas por el famoso héroe Temístocles, infligieron una derrota aplastante y vergonzosa a la flota persa, compuesta por 1200 naves, y comandada por el rey Jerjes I, llamado el Grande.

 


Al atravesar los persas, en la fuga, el Helesponto (o estrecho de los Dardanelos), se levantó en el mar la más furiosa tempestad. Y el piloto de la nave regia, fastuosamente adornada, avisó que era preciso aligerar su peso si no querían irse todos al fondo del abismo. 

 

Arrojaron al agua todo el cargamento, y con él objetos bellísimos y raros, de fantástico valor. Sin embargo, aún corría la nave riesgo de hundirse. Entonces se levantaron los magnates y grandes señores de Persia, que cubrían el puente del navío. Hicieron al estilo oriental una profunda reverencia hasta el suelo ante el gran rey y se arrojaron al mar. Perecieron entre sus olas alborotadas, para que se salvara la vida del rey. 

 

¿No es, por ventura, Jesucristo más merecedor que Jerjes de que le profesemos rendida lealtad, aunque sea a costa de nuestros bienes y de nuestra vida? 


Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables,
Editorial Herder, Barcelona 1962, N° 105.