Preferiría incluso el peor de los mundos cristianos antes que el mejor de los paganos, porque en el mundo cristiano hay espacio para aquellos que en ningún mundo pagano tuvieron cabida: los lisiados y enfermos, los ancianos y débiles. Para ellos había algo más que espacio, había amor para los que tanto en el mundo pagano como en el mundo sin Dios se consideraban y se consideran inútiles.
Heinrich Böll (1917-1985, escritor alemán)
Mayor fue la pena que se dio el eclesiástico, cuyo nombre se calla. Reducido, como hemos dicho, al extremo, y no haciendo caso de las amonestaciones que se le hacían para que se armase con el último Sacramento contra las asechanzas de los enemigos, murió sin recibirle. Y no porque fuese flaca su fe ni sintiese mal del Sacramento, porque era buen católico, sino que temiendo la muerte más tal vez de lo regular, el enemigo le metió en la cabeza que moriría indudablemente si recibía el Sacramento, porque mueren todos los que le reciben. Tal era la razón que daba para no acceder a las amonestaciones de la caridad y de la amistad, y en la que se ve clara la maligna sugestión del enemigo, pues no le dejaba ver que por un orden regular deben morir todos los que reciben este Sacramento, una vez que los médicos no avisan de ser llegada la hora de administrarle hasta que ven que no hay recursos en su ciencia para salvar la vida del paciente. Que por lo demás, la Extremaunción sirve para que el enfermo recobre la salud corporal, si esto conviniese para la salud espiritual (...)
Se ordenaban las exequias, y el Señor, que quería dar una lección importante, dispuso que el difunto alzando la cabeza dijese las siguientes palabras:
— Porque me resistí a recibir la santa Unción, me ha sentenciado la divina Justicia a cien años de purgatorio, donde estaré si no soy ayudado de vuestra caridad y la de otros fieles. Si hubiese accedido a recibir aquel Santo Sacramento, consuelo y alivio de los enfermos, habría sanado de mi enfermedad, porque de su propia virtud, lejos de acelerar la muerte, alarga la vida.
Y diciendo esto, calló para siempre, dejando tan maravillados a los circunstantes como deseosos de aliviarle con sus sufragios.
Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio,
Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 266-267.
