LAS OBRAS DE MISERICORDIA: Corporales: 1. Dar de comer a los hambrientos. 2. Dar de beber a los sedientos. 3. Vestir a los desnudos. 4. Recibir a los peregrinos. 5. Liberar a los presos. 6. Visitar a los enfermos. 7. Sepultar a los muertos. Espirituales: 1. Corregir a los pecadores. 2. Enseñar a los ignorantes. 3. Aconsejar a los que están en dudas. 4. Consolar a los afligidos. 5. Soportar injusticias con calma. 6. Perdonar de corazón a los que nos ofenden. 7. Orar por vivos y difuntos. 

Fue a principios del siglo XVIII. Una terrible plaga en algunas partes de Polonia diezmaba a la población y despoblaba ciudades y pueblos florecientes. En aquel entonces vivía en la ciudad de Jarosław un rico comerciante, llamado Juan Cyndel, que era ampliamente respetado por su carácter noble. Tenía una hija llamada Eva... 

Cuando estalló la peste en Jaroslaw, matando mucha gente todos los días, todos estaban aterrados. La gente sana evitaba las casas de los infectados desde lejos. A menudo, no había nadie que le diera a un pobre enfermo algo de comida o un vaso de agua para calmar su sed. 

En tan deplorable situación, Eva Cyndel, de catorce años, movida por la noble caridad hacia sus prójimos, decidió dedicarse a ellos para ayudar a los contagiados. Les pidió a sus padres que la dejaran hacerlo. Éstos no querían permitírselo por mucho tiempo; pero cuando vieron su constancia, decidieron sacrificar sus sentimientos parentales. 

Eva eligió a una mujer que ya era mayor de edad por compañera de trabajo, y ambas salieron a trabajar con entusiasmo, ansiosas por agradarle a Dios y sin temer a exponerse al peligro de una muerte inmediata. 

La peste fue tan mortífera que los habitantes de la ciudad por miedo expulsaban a los enfermos. Y estos pobres allí, sin comida ni refugio, morían abandonados, lejos de los suyos. Grande, verdaderamente heroico, fue el sacrificio de ambas mujeres nobles. Pasando continuamente de un paciente a otro, los cuidaban día y noche, les cocinaban para que los enfermos tuvieran algo que comer, les daban medicamentos e incluso se ocupaban de enterrar a las desafortunadas víctimas de la peste. 

Toda la gente local miraba con respeto y gratitud a la noble doncella que, día y noche, con hambre y frío, sin temer la muerte, aliviaba a los prójimos que sufrían. Conmovidos por la virtud de Eva, los habitantes les enviaban a los apestados por manos de Eva medicinas, alimentos, bebidas y ropa, queriendo tener al menos una parte en el gran mérito de ésta. 

Y Dios bendijo el trabajo incansable de estas honorables mujeres: más de un paciente recuperó su salud y volvió a los suyos nuevamente. Finalmente, la terrible plaga comenzó a desvanecerse: el número de los contagiados disminuía, las campanas fúnebres sonaban cada vez con menor frecuencia. 

En ese momento, sin embargo, la muerte se llevó a la más grande de sus víctimas: la noble Eva Cyndel sucumbió ante la terrible enfermedad. En su funeral, todas las campanas de la ciudad gimieron con voz triste, y los corazones de todos los residentes les hicieron eco. Solo un consuelo alivió el dolor generalizado: fue la idea de que Dios el Altísimo llamó a esta noble virgen para recompensar el heroico sacrificio de su propia vida, ofrecida en beneficio de sus compatriotas. 

Fuente: ks. Józef Makłowicz, Wybór przykładów ojczystych do nauki wiary i obyczajów. Czytania religijne dla katolików, Tom 1, MIEJSCE-PIASTOWE, Nakładem autora, Tłocznia Zakładów Świętego Michała Archanioła, Lwów 1928, ss. 408-409.