608.- ¿Qué es la consagración? - La consagración es la renovación, por medio del sacerdote, del milagro que hizo Jesucristo en la última cena de mudar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre adorables, diciendo: éste es mi Cuerpo; ésta es mi Sangre. 
609.- ¿Cómo se llama en la Iglesia esta milagrosa conversión del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo? - Esta milagrosa conversión, que todos los días se obra en nuestros altares, la llama la Iglesia transustanciación. 
610.- ¿Quién ha dado tanta virtud a las palabras de la consagración? - El mismo Jesucristo, el cual es Dios todopoderoso, es quien ha dado tanta virtud a las palabras de la consagración. 
Catecismo Mayor, Edición de 1973, Capítulo IV. 

A un cuarto de hora del pueblo de Iborra [Ivorra], situado en la comarca de Segarra y en el obispado de Solsona [Cataluña, España], hay una antiquísima capilla llamada de Santa María, la cual, hace ya diez centurias, fue teatro de un prodigio eucarístico muy singular y extraordinario. 

Mientras celebraba el santo Sacrificio de la Misa, un día del año 1010, el reverendo Bernardo Oliver, rector de dicha capilla, en el momento de pronunciar las palabras de la consagración sobre el cáliz, le asaltó una fuerte tentación de duda referente a la presencia real de Jesucristo en el vino consagrado. Fuese que el sacerdote no rechazase la tentación con la prontitud debida, o que Dios se sirviera de ella para confirmar una vez más la verdad del dogma de la transustanciación, con un prodigio de su omnipotencia, el caso fue que comenzó a brotar del cáliz una fuente de Sangre tan abundante y copiosa que, derramándose, empapó los corporales y no paró hasta esparcirse por el pavimento de la capilla. No hay palabras para explicar la turbación del sacerdote celebrante y la admiración de los asistentes al santo Sacrificio de la Misa, delante de un prodigio tan sorprendente*. 

La noticia corrió enseguida por todo el pueblo y algunas piadosas mujeres se apresuraron a empapar en aquella Sangre milagrosa lo primero que tuvieron a mano, que fueron unas pobres estopas. Mientras esto ocurría dentro de la capilla, las campanas, en lo alto de la torre, comenzaron a repicar solas, como para dar a todo el contorno tan grande y prodigiosa nueva. 

Entre los muchos que acudieron a presenciarla, estuvo San Ermengol, Obispo de Urgel, que entonces estaba casualmente en Guisona. Este Santo, después de informarse bien de todas las circunstancias, no pudo menos de reconocer que se trataba verdaderamente de un hecho sobrenatural y divino. Deseoso de proceder con toda la discreción y prudencia que la Iglesia, nuestra Madre, acostumbra a emplear en casos semejantes, recogió parte de aquella Sangre preciosísima y se encaminó hacia Roma, para dar cuenta de ello al Padre Santo, que era entonces Sergio IV. 

El Papa escuchó sorprendido y admirado la auténtica y verídica relación que le hizo el santo Obispo, y después de aprobar la conducta de San Ermengol y de autorizar el culto de aquella Sangre prodigiosa, quiso corresponder al rico presente que se le hacía y regaló al Santo diferentes y preciosas reliquias, entre ellas una espina de la corona de nuestro Redentor Jesús. Estas reliquias, juntamente con los corporales tintos en aquella Sangre milagrosa, que todavía se conservan y veneran en Iborra, son objeto de dos fiestas, que se celebran anualmente en memoria perenne de aquel prodigio: la primera, el Domingo de Pasión, y la segunda, el día 16 de agosto, ambas con gran solemnidad. 

Comprueban, además, la verdad de este hecho un documento antiquísimo, copia auténtica de la bula que el mencionado Papa Sergio IV dio el año segundo de su pontificado (1010), autorizando el culto y la veneración de la prodigiosa reliquia, y un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, firmado en 27 de junio de 1868, confirmando dicha autorización. 

(*Entre los varios autores modernos que hablan de este hecho, merece citarse a don Emilio Moreno Cebada, presbítero: Glorias religiosas de España, tomo II, página 459). 

Fuente: Fray Antonio Corredor García OFM, Prodigios eucarísticos, 
Apostolado Mariano, Sevilla, pgs. 12-15.