Por último, se honra a los padres, aun después de su muerte, celebrando sus funerales, haciéndoles exequias y dándoles decorosa sepultura, procurando se les celebren los sufragios y exequias que sean debidas, y cumpliendo oportunamente todo lo que hubiesen dispuesto por testamento.
(Catecismo Romano, comentado por Alfonso Gubianas, N° 849)
Hallándose D. Juan Pablo Montorfano, honor de la sagrada Orden de Teatinos, de prepósito de su Orden, le envió un noble veneciano una buena suma, para que en su iglesia celebrase un funeral por sus antepasados. Lo hizo así, pero atendiendo más al bien de los difuntos que a la inútil ostentación que el caballero pretendía (que así puede hablarse, puesto que no se contentó con el prudente y decoroso aparato con que lo hizo celebrar). Resentido por la falta de ostentación que deseaba, le escribió quejándose de la desproporción que había entre el funeral y la suma destinada al efecto.
El prepósito, viendo que atendía más a satisfacer la vanidad de los vivos que a socorrer a los difuntos, se compadeció de él y no le contestó por de pronto, reservándose el discurrir algún medio para sacarle de su error (...) Tomando de la mano al mensajero de la carta le condujo a una habitación inmediata, y lleno de fe sacó el dinero enviado y lo presentó sobre la mesa. En seguida escribió el salmo "De profundis" en un pedazo de papel, y haciendo traer una balanza puso, como el abad citado, el papel en una, y en otra el dinero, y levantándolas en presencia del enviado y de los circunstantes, el efecto fue igual; descendió el plato del papel, y subió el que contenía la suma de dinero.
El mensajero no acertaba a creer a sus propios ojos; mas al fin, rendido a la evidencia, sin aguardar otra contestación se fue a dar parte a su amo de lo que había visto, y no él sólo, sino otros varios que estaban presentes. No se necesitó más para que este último, después de pagar el debido tributo de admiración a suceso tan extraordinario, acabase por bendecir a la divina Providencia, por la prueba que se había dignado darle de cuánto más aprovecha a los muertos la oración devota y humilde que lo estrepitoso de los pomposos funerales.
Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio,
Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 274-276.
