La Virgen María es la más perfecta criatura salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura que se la quiere sin querer. 
Federico Suárez 

Alfredo Aubert era sepulturero en Moulins-Engilbert en Francia. Un día, una jarra con ácido nitrato se le escapó de las manos y se estrelló contra el suelo, salpicando el líquido en todas las direcciones hasta sus ojos. Al principio, la ceguera de Alfredo no estaba completa, pero después de dieciocho meses su ojo derecho salió por completo y con su ojo izquierdo no podía ver nada. 

Cuando agotó todos sus recursos materiales y, a pesar de su discapacidad, quería ganarse la vida para su esposa e hijos, Aubert decidió convertirse en cantante itinerante y durante catorce años recorría como tal el sur de Francia. Cinco años antes de su curación, Aubert le conoció a un tal padre Le Guillou, que era párroco en Blandy-les-Tours, el que instó al ciego a establecerse en su parroquia y desde entonces lo apoyaba constantemente. Finalmente, al ver la profunda piedad de Aubert, le propuso que hiciera una peregrinación con gran confianza a Lourdes, con fines de implorar a la Santa Madre Inmaculada que le devolviera la vista. También le proporcionó fondos de otras personas misericordiosas para este viaje. 

Al llegar a Lourdes el viernes 20 de agosto de 1897, ese día antes del mediodía, Aubert se sumergió en el agua milagrosa por primera vez y experimentó una fuerte conmoción y sintió como si un aro le apretara la cabeza... 

Al día siguiente, el ciego escuchó misa entre las ocho y las nueve en punto en la gruta y se unió a la mesa del Señor. Luego oró por un largo rato, colocando el bastón debajo de sus rodillas para una mayor mortificación, y cuando no tuvo más fuerza y quiso levantarse, pensó que vio en la nube algunas formas en las que reconoció pronto la figura blanca de la Santísima Virgen. Con cada momento que pasaba, podía ver más claramente la estatua de la Virgen Inmaculada en las profundidades de la cueva... Girando luego hacia la derecha y hacia la izquierda, se sorprendió al ver todo lo que lo rodeaba. 

— No sabía dónde estaba y qué me estaba pasando, —recordó más tarde—, ni pude darme cuenta al principio de que realmente veía personas, árboles, montañas, valles... 

Finalmente, se despertó como si estuviera dormido, se arrodilló al borde el río Gave y comenzó a rezar mucho, con los ojos llenos de lágrimas de alegría y gratitud... 

Los compañeros de la peregrinación, que lo habían visto ciego antes de una hora, lo saludaron con aclamaciones de alegre sorpresa, y el propio Aubert comenzó a llorar de nuevo. La curación superó todas sus expectativas más audaces. 

— Le pedía a la Santísima Virgen — decía más tarde — que tan solo pudiera caminar sin la ayuda de nadie, y ahora puedo ver del todo bien. La Madre de Dios, por lo tanto, me dio mucho más de lo que la estaba rogando... 

Fuente: Leon Pyżalski CSsR, Matka dzieci Bożych. Czytania majowe z przykładami spośród uzdrowień lourdskich, Kraków 1937, ss. 120-121.