Muchas veces han salido las almas del purgatorio con el fin de libertar a sus devotos de inminentes peligros, enderezarlos por el camino verdadero para su salvación, preservarlos de las asechanzas de pérfidos enemigos, consolarlos en sus graves aflicciones, y por último, curarlos también de graves enfermedades. Ni es menester acudir para probarlo a ejemplos antiguos, porque tenemos uno muy moderno y no menos auténtico. Lo refiere el sabio P. Teófilo Raynaud, escritor contemporáneo (Jesuíta francés: murió en 1663, y dejó escritos veinte volúmenes en folio). 


El año mil seiscientos veintinueve, se hallaba gravemente enferma en Dol (en la Borgoña) una mujer de condición mediana, llamada Hugueta Roi. Al sangrarla el cirujano, juntamente con la vena la hirió en una arteria, con lo que agravó extraordinariamente el mal por los vehementes dolores y convulsiones que sobrevinieron a la enferma. 

A la mañana siguiente, y cuando se desesperaba de la salud de la paciente, he aquí que se presenta en la habitación una joven vestida de blanco, que con tanta amabilidad como modestia se ofrece a servirla. Admitida la oferta, preparó inmediatamente un regular fuego, abrigó bien a la enferma, y diciéndole que convenía se levantase para arreglarle bien la cama, al pedirle la mano para ayudarla a bajar de ella, cesaron repentinamente los agudísimos dolores, y desapareció la herida de la arteria. La enferma, estupefacta de tal suceso, clavó los ojos en la doncella sin acertar a decir una palabra; pero ésta, oficiosa en su obra de caridad, después de haberla vuelto a la cama se despidió, diciendo que volvería a continuar su servicio. 

Fue grande la admiración y sorpresa que causó este suceso, y no menos curiosidad que en la casa y en la ciudad se excitó en todos por saber quién fuese; mas no fue posible averiguarlo, ni sacar otro fruto de las indagaciones que las molestias que naturalmente ocasionaron a la enferma la multitud de curiosos que acudieron a cerciorarse por sí mismos de la verdad. 

Al anochecer se presentó de nuevo, con el mismo traje y amabilidad que por la mañana, y entonces dijo claramente: 

— Sabed, querida sobrina mía, que soy vuestra tía Leonarda Colina, la que al morir hace diez y siete años os dejó heredera de sus pocos bienes. Estoy salva por la misericordia de Dios, y lo debo a la protección de la Santísima Virgen, de quien siempre fui devota. La última hora, que vino repentinamente, me halló mal dispuesta; y no teniendo, como no tenía, posibilidad de confesarme, me hubiera perdido eternamente si la piadosísima Madre de Dios no me hubiese alcanzado un verdadero acto de contrición. Me libré así del infierno, pero fui condenada al purgatorio, donde hace ya diez y siete años que padezco atrocísimos tormentos. Ahora se ha servido el Señor disponer que, acompañada de mi santo Ángel de la guarda, venga a visitaros y serviros en vuestra enfermedad por espacio de cuatro días, al cual servicio me corresponderéis con ir a visitar tres templos de la Santísima Virgen, que están en esta provincia (y los nombró); y cuando hayáis concluido, pasaré yo del purgatorio al cielo. 

La enferma, no dando fe a tal relación, acudió a tomar consejo de su confesor el padre Antonio Orlando, de la Compañía de Jesús. Este la aconsejó que despreciara aquella aparente figura; que la conjurara, diciendo contra ella tales y tales exorcismos (se los enseñó), con los cuales y el agua bendita desaparecería, o bien haría ver más claramente que era en efecto su tía Leonarda. 

Lo hizo así la sobrina; pero la doncella, escuchando muy serena los exorcismos, le dijo: 

—Los exorcismos de la Iglesia son buenos contra los demonios y los condenados, pero no contra mí, que era predestinada y morí en gracia de Dios. 

Ni aun con esto se convenció la enferma. 

—Pero ¿cómo es posible —replicó—, que seáis mi tía? Ella era una vieja de bien mal aspecto, pues sobre ser muy arrugada y seca, era bizca de ambos ojos. Además era quisquillosa, y tan iracunda, que la menor contrariedad le hacía enfurecer. Vos, por el contrario, sois joven, vuestros ojos son tan bellos que atraen con su mirar dulce y amoroso; sois pacífica, cortés y llena de mansedumbre, de paciencia y de caridad. 

—Debéis saber, hija mía, —replicó el alma— que esto que veis no es mi cuerpo, el cual está en el sepulcro, y allí estará hasta el día de la resurrección universal. Éste, por disposición de Dios, lo ha formado el ángel del aire, para que pueda venir a serviros y pediros sufragios, como heredera que sois mía. Respecto a mi genio bilioso, impaciente y colérico, sólo os diré que si las ánimas no estuviesen confirmadas en gracia, y por consiguiente libres de pecados y malos hábitos, diez y siete años de purgatorio son buena escuela para aprender la paciencia y la mansedumbre. 

La sobrina, al fin, se tranquilizó con esto, y creyendo que realmente era su tía, recibió sin repugnancia los buenos servicios que le hacía. Conversando ambas, la tía reveló cosas muy notables a la sobrina, contestándole además a muchas de las preguntas que la hacía; y sin que nadie hubiese tenido este privilegio, pues sólo ella veía y hablaba con la joven. 

Hugueta, entretanto, recobrada la salud, emprendió las tres y no cortas peregrinaciones que la pidiera Leonarda, las cuales concluidas, volvió a dejarse ver con la alegría y resplandor de los bienaventurados. Dio gracias a la sobrina por la solicitud y devoción con que había visitado los tres templos de la Madre de Dios, y prometiéndole que a ella y a cuantos la habían aliviado con sus sufragios los tendría presentes en el cielo, desapareció para no ser vista más. 

Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 309-312.