Quien despreciando los pecados veniales y amando los regalos, no previene las ocasiones y peligros del pecado mortal; y aunque uno muera y se salve en este grado, es horrible y tremendo el purgatorio que padecerá, y sus obras buenas serán muy impuras e imperfectas, y así de poco merecimiento. 
Juan Eusebio Nieremberg 


En las inmediaciones de Vorms se vieron por buen número de veces varias legiones de soldados de infantería y caballería, que apareciendo de la media noche en adelante - maniobraban armadas como si estuvieran para venir a las manos. 

Era esto causa de no poca inquietud y sobresalto en el monasterio de Limberg, que no estaba muy distante de aquel singular campo de Marte. Y para salir de una vez de incertidumbre, tomó un santo monje la resolución de ir acompañado de otros a entenderse, si posible fuese, con el nocturno ejército. 

Antes que empezaran a dejarse ver ya estaba en la falda del monte, que era como su campamento, pues de él salían y en él se ocultaban; y al aparecerse las primeras filas, dirigiéndose a ellas dijo con resolución: 

— Os conjuro en nombre de la Santísima Trinidad que me digáis quiénes sois y por qué con estas correrías militares y nocturnas tenéis sobresaltado al monasterio, no menos que a todo el país circunvecino. 

— Somos — dijeron — compañías de soldados, pero no vivos, sino muertos. Somos las almas de muchos de los que combatiendo perecieron poco ha en este lugar. Os es conocida la sangrienta batalla que se dio en este campo: en él están enterrados nuestros cuerpos, y en él también y por disposición de Dios padecemos el purgatorio. 

— ¿Y de qué puede serviros este vuestro ejercicio militar? — replicó el monje. 

— Hasta hoy — contestó el jefe — de poco nos ha servido, pero en adelante puede, y esperamos que nos ha de servir de mucho, si vosotros, compadecidos de nuestros trabajos, procuráis hacer oración acompañada de penitencia, y ofrecerla en sufragio nuestro. Pero sobre todo os suplicamos por la pasión de nuestro Redentor Jesucristo, que nos auxiliéis con el santo sacrificio de la Misa. ¡Socorrednos, hermanos, que nosotros nada podemos hacer que nos sirva de alivio! 

E interrumpiéndole la multitud, gritó: 

— Orate pro nobis! orate pro nobis! orate pro nobis! 

Dicho esto tomaron la vuelta, y dejándose ver según eran, iluminaron el monte con el funesto resplandor de las llamas en que ardían. Los monjes se retiraron al monasterio, y tan impresionados de la triste escena, que no necesitaron de otro estímulo para rogar y hacer rogar con fervor por aquellas pobres almas, que no volvieron más a aparecer. 

Fuente: Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 289-290.