Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios; Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y de este modo rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María. Dios, por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a Aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a Aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a Aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a Aquel sin el cual nada sería bueno.
San Anselmo, Sermón 52
Jerónimo Emiliano fue en su juventud un gran libertino, de modo que no hubo goce mundanal que él no apurara hasta la saciedad. Alistado en la milicia, llevó la vida alegre y disipada de muchos que siguen la carrera de las armas; pero la Santísima Virgen, que le amaba entrañablemente, permitió que en cierta guerra cayese prisionero, y fuera encerrado en una cárcel tenebrosa, sin esperanza alguna de salir de ella.
La oscuridad y tristeza de la cárcel le hicieron volver en sí, y ver la horrible oscuridad de su alma, cargada de tantos y tan enormes pecados, y esta consideración levantó en él tan vivos remordimientos, que estuvo a punto de desesperar.
Abandonado de todos, sentía la necesidad de convertirse a Dios; pero al levantar el corazón al cielo, lo hacía sin ninguna esperanza, creyendo que el Señor no podía escuchar la voz de un hombre cargado de tantos y tan graves pecados. Iba ya a dejarse llevar por la fatal corriente de la desesperación, cuando se acordó de la Santísima Virgen, e hizo memoria de los cruelísimos dolores y mortales angustias que tuvo que sufrir su ternísimo Corazón, durante las horas en que Jesús estuvo preso en poder de sus implacables enemigos.
El recuerdo de los dolores de María enterneció profundamente a Jerónimo, y le movió a recurrir a la Santísima Virgen, pidiéndole que por lo que hubo de sufrir en la vida, pasión y muerte de Jesús, se dignara levantar en su alma la esperanza de salvarse, que tenía perdida.
— Si junto con la resignación en las penas que padezco, me alcanzáis un verdadero arrepentimiento de mis pecados, y el perdón de los mismos, dolorida Madre mía —le dijo—, os prometo sinceramente ser siempre vuestro devoto y hacer penitencia hasta la muerte.
La piadosísima Madre de Jesús no podía hacerse sorda a las preces del hijo afligido, que ponía en Ella la esperanza para volver a la amistad y gracia de Dios, así es que no solamente le alcanzó una verdadera contrición de sus culpas, y la seguridad de que le habían sido perdonadas, sino que además quiso que el nuevo convertido recibiera poco tiempo después la libertad.
Salido de la cárcel, Jerónimo pasó el resto de sus días llorando amargamente los excesos de su vida y haciendo dura penitencia por ellos. Murió en el Señor, y la Iglesia lo inscribió en el catálogo de los Santos.
Aprende a no desconfiar de Dios, y a poner tu causa en las benditas manos de María, única esperanza de los pecadores.
Fuente: Antonio Corredor García OFM, María en ejemplos, Apostolado Mariano - Sevilla, Cruzada Mariana - Caceres, págs. 17-19.
