Lo que das hallándote vivo y sano, es oro; lo que das próximo a la muerte, plata; y lo que das después de muerto no es sino plomo.
El Obispo Belovacense, Espejo moral,
lib. 2, disc. 22, p. 1.
lib. 2, disc. 22, p. 1.
Al padre Agustín Espinosa, de la Compañía de Jesús, se le presentó un hombre rico de bienes de fortuna, y preguntándole si le conocía contestó el padre Espinosa:
— Os conozco muy bien, pues me acuerdo que os administré el Sacramento de la Penitencia pocos días antes de vuestra muerte.
—Así es, —dijo el hombre— y no os maravilléis ahora de volverme a ver, porque el Señor me ha concedido por su infinita misericordia que pueda presentarme a vos, para que me hagáis la caridad de rogar por mí, y para que os sirváis hacer lo que ahora os diré, como indispensable que es para que pueda salir del purgatorio: os ruego, por tanto, que vengáis conmigo no muy lejos de aquí.
El padre contestó, que no pudiendo hacer lo que le pedía sin pedir permiso al superior, podría detenerse en su aposento mientras iba a obtenerle. Fue, en efecto, a referir al padre rector del colegio la aparición, y lo que el aparecido requería de él. Se negó desde luego a conceder la licencia que solicitaba; pero instando el padre Espinosa condescendió al fin, aunque quedando receloso por lo extraño del negocio: de manera que participándolo a la comunidad la encargó que rogase por el buen éxito de tal compromiso.
Vuelto a la celda el padre Espinosa, el difunto, que esperaba tranquilo, le tomó de la mano y le condujo hasta un puente no muy distante de la ciudad, y allí le dejó, suplicándole antes que esperara algunos minutos mientras iba a proveerse de cierta cosa que necesitaba. No tardó en volver, trayendo consigo un talego, y no mediano, de dinero.
— Tomad, —dijo al Padre— una punta de vuestro manteo, y pondré en ella parte de este dinero, que lo demás yo lo llevaré hasta vuestra habitación.
Se hizo así, y entregándole en ella lo que él llevaba, le hizo con la mayor humildad la siguiente súplica:
En este papel (le entregó una nota) constan mis deudas y las personas a quien deben ser satisfechas: os suplico por el amor de Dios que las paguéis a la mayor brevedad. Lo restante queda todo a vuestra disposición, para que lo empleéis en sufragios por mí y en la forma que mejor os pareciere, que siempre lo haréis mejor que yo pudiera desear: no os olvidéis de los pobres.
Y dicho esto desapareció.
El buen padre fue inmediatamente a participar al superior el resultado del negocio, y hecha diligente inquisición de los deudores, fueron pagados con puntualidad, y con no poca sorpresa de ellos, que contando perdido su dinero les parecía verlo bajado del cielo. El remanente lo empleó en hacer celebrar misas y en socorro de muchos pobres, imponiéndoles la obligación de rogar por el bienhechor.
Aún no habían pasado ocho días cuando el padre Agustín le vio otra vez delante al difunto, pero muy transformado. Le dio infinitas gracias por la prontitud con que había verificado la restitución, y principalísimamente por la solicitud con que desde luego procuró que se dijesen misas en sufragio suyo, en virtud de las cuales, absuelto de sus penas, pertenecía ya a los dichosos ciudadanos de la celestial Jerusalén, donde le prometió que no dejaría un instante de pedir a Dios le aumentase la gracia para ser cada día más y más perfecto en la vida religiosa; y dicho esto voló al cielo.
Fuente: Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 294-296.
