¿Quién podrá investigar, pues, !oh Virgen bendita!, la longitud y latitud, la sublimidad y profundidad de Tu misericordia? Porque su longitud alcanza hasta su última hora a los que la invocan. Su latitud llena el orbe de la tierra para que toda la tierra esté llena de Tu misericordia. En cuanto a su sublimidad, fue tan excelsa que alcanzó la restauración de la ciudad celestial, y su profundidad fue tan honda que obtuvo la redención para los que estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte (...) de suerte que Tu potentísima y piadosísima caridad está llena de afecto para compadecerse y de eficacia para socorrer a los necesitados; en ambas cosas es igualmente rica y exuberante. A esta fuente generosa, pues, corra sedienta nuestra alma; a este cúmulo de misericordia recurra con toda solicitud nuestra miseria.
San Bernardo, Hom. en la Asunción de la B. Virgen María, 4, 8-9.
En 1944 residía en Varsovia en la recién inaugurada casa religiosa [carmelita] en la calle de Czeczot en Mokotów [Varsovia, Polonia]. Allí, encontré un refugio tranquilo de la policía alemana y, al mismo tiempo, un área de trabajo muy gratificante, porque podía proporcionar ayuda espiritual a los jóvenes que formaban parte de la conspiración antinazi.
El levantamiento de agosto de 1944 me encontró en Mokotów. Junto con los habitantes de Varsovia, experimenté los primeros e inolvidables momentos del amanecer de la libertad, y luego... la dolorosa tragedia de la ciudad destruida y la gente asesinada.
El 3 de septiembre, fui gravemente herido. La bala del rifle atravesó mi antebrazo y rompió la arteria. Con un apósito improvisado, en medio de fiebre, sangrado y agotamiento sobreviví tres semanas en un sótano oscuro que servía como refugio. Fue solo después de la caída del levantamiento que regresé a Cracovia donde me operaron.
Ya era hora porque estalló la gangrena en la herida. Los doctores decidieron amputar la mano. Le debo al doctor Kubistym la salvación de mi mano porque había realizado una operación de prueba y por suerte tuvo éxito.
El hecho de que durante tres semanas pude sobrevivir con una arteria rota —y los médicos no pudieron entenderlo—, que a pesar de la infección y la grande pérdida de sangre, no solo me recuperé, sino que la mano se salvó, lo atribuyo solo a la Madre de Dios. Antes de la cirugía, le prometí que si vivía y mi mano sobrevivía, el primer libro que escribiría sería sobre Ella.
Fuente: Bernard Smyrak OCD, Bez zmazy... Rozważania o Matce Bożej, Kraków 1948, págs. 5-6.
