—¿Por qué instituyó Jesucristo la Santísima Eucaristía? —Jesucristo instituyó la Santísima Eucaristía para tres fines principales: 1º. Para que fuera sacrificio de la nueva ley. 2º. Para que fuera manjar de nuestra alma. 3º. Para que fuera un perpetuo memorial de su pasión y muerte y una prenda preciosa de su amor a nosotros y de la vida eterna.

Catecismo Mayor, Edición de 1973, Capítulo IV, 625.



Prodigio Eucarístico ocurrido en el Monasterio Benedictino

En la mitad del siglo XV, en el Monasterio de San Lorenzo del Munt, de religiosos benedictinos, acaeció el siguiente prodigio eucarístico:

El día 7 de mayo, después de Completas, el monje sacristán puso sobre el altar de San Miguel Arcángel los ornamentos necesarios para la fiesta del día siguiente. Los sacó de un gran armario de madera que había detrás del altar mayor. Por lo que se desprende de los documentos, se ve que se dejó un cirio encendido dentro del armario.

Y, al ir a la iglesia los monjes a la mañana siguiente, con gran sorpresa hallaron todo el armario quemado. Y la cruz de bronce y los cálices de plata, que había en el mismo armario, estaban completamente fundidos por el fuego.

Los monjes removieron las cenizas. Hallaron no solamente fundida, sino hecha una brasa encendida, la caja de plata —especie de sagrario— en la cual se habían guardado tres partículas consagradas.

Enfriaron con agua la caja o custodia, la colocaron sobre el altar mayor y la abrieron. Los corporales se vieron totalmente convertidos en ceniza. Aparecieron, en cambio, las tres partículas consagradas, completamente enteras, sin la menor quemadura.

Admirados el prior y los monjes, adoraron el Santísimo Misterio con toda reverencia. Conservaron las tres sagradas partículas. Ordenaron que perpetuamente se celebrara el Oficio de Corpus todos los jueves del año. Mandaron que se construyera una capilla en la que se guardaran las tres partículas en una caja de cristal, cerrada con tres llaves. Una de las llaves debía guardar el arzobispo de Tarragona, otra el obispo de Barcelona y la tercera un abad de la orden benedictina.

El rey Alfonso V de Aragón envió una carta al Papa en esta ocasión, informándole del milagro. Y el Papa, a su vez, envió un oficio al arzobispo de Tarragona y al abad del Real Monasterio de Santa María de las Santas Cruces. Los invitó a que contaran con toda exactitud el milagro, a fin de que:

—Los devotos se confirmen en su devoción, y a los que no lo son, que se les anime sinceramente a la piedad y a la perseverancia en la fe.

(Citado en “Fulgores Eucarísticos”, sacado de documentos del Archivo Vaticano)