Consideremos también que ni en el infierno ni en el purgatorio se ha de quemar otra leña sino la que amontonare la voluntad propia; y que aunque uno se salve, todo lo que hiciere con propia voluntad ha de ser primero alimento del fuego del purgatorio. 
Juan Eusebio Nieremberg 

Imitadora de esta pobre viuda [del Evangelio] fue una mujer napolitana, no más rica que ella, pues no tenía otros medios para mantener su familia que un escaso jornal de su marido. Llegó un día en que, preso éste por no poder pagar sus deudas, recayó sobre su buena mujer el mantenimiento de la familia, el del marido, y el cuidado además de procurarse medios con que ponerle en libertad. Ella entretanto no tenía otros recursos que el escaso trabajo de sus manos, y la confianza en la divina Providencia, que siempre escucha el gemido del pobre cuando éste la invoca con confianza y pureza de corazón. 

No faltó quien le indicara que acudiese a N., caballero que con larga mano solía remediar las necesidades del menesteroso; y en efecto, se dirigió a él. Le manifestó su apurada situación, exponiendo brevemente los escasísimos medios con que podía contar atendido el número de sus hijos, a quienes había de mantener, y además a su marido, único apoyo de toda la familia, y sin cuya libertad habrían de perecer todos de hambre; y calló sin decir más, confiando en que la caridad del caballero leería en sus lágrimas el tanto que necesitaba para salir de sus apuros. El caballero le puso en la mano media peseta y la despidió. 

No era ciertamente limosna proporcionada a sus esperanzas, y afligida nuevamente y sin saber qué partido tomar, se entró en una iglesia a suplicar a aquel Dios que se gloría de ser padre de los pobres, y de socorrerlos en los casos desesperados. Llorando ante el Señor le vino el pensamiento (indudablemente inspirado) de hacer decir con la media peseta una misa en sufragio por las ánimas, confiando en lo agradecidas que son con sus bienhechores, especialmente si se ven en grave necesidad. Lo hizo así, y concluida salió de la iglesia. 

Caminando hacia su casa se encontró con un anciano de venerable aspecto, y deteniéndola la preguntó por qué estaba tan afligida. Le dijo la causa, y el interlocutor, sacando un billete cerrado, le dijo fuese a llevarlo a la persona a quien iba dirigido. Lo hizo así, y el personaje, abriéndolo, quedó en gran manera maravillado al ver la letra y firma de su padre, tiempo hacía difunto. La preguntó quién le había entregado aquel pliego. La mujer dijo que un venerable anciano; y mientras le daba señas de él, alzando casualmente los ojos, vio un retrato y dijo: 

— Ni más ni menos es que esta pintura, sino que aquí no está tan alegre. 

El personaje no preguntó más, y leyendo vio que decía las breves siguientes palabras: 

— Hijo mío, tu padre acaba de pasar del purgatorio al cielo. Lo debe a una misa que ha hecho celebrar esta pobre mujer, que se halla en grande necesidad: creo que te digo bastante. 

El caballero leyó y volvió a leer las lacónicas palabras, las cuales de tal modo lo conmovieron, que no fue dueño para contener un raudal de dulces y abundantes lágrimas; y volviendo a la pobre mujer, la dijo: 

— ¿Conque habéis tenido la dicha de abrir con una pequeña limosna las puertas del cielo a mi buen padre?... Pues yo no puedo corresponder con menos que con asegurar vuestra subsistencia y la de vuestra familia. 

Es inútil toda reflexión en vista de este suceso, que tan clara y patentemente hace ver la solícita gratitud de las ánimas a favor de sus bienhechores. Una pequeña limosna sacó a un desgraciado de la cárcel, y aseguró su subsistencia, la de su mujer y de todos sus hijos. ¿Lo valdría la media peseta? No; pero la generosa caridad de la pobre mujer, el desprendimiento y confianza al mismo tiempo en la divina Providencia, merecieron bien una recompensa que en su clase fue completa. Con razón, pues, nos exhorta el venerable Ugón a ofrecer por las ánimas todo o lo más que podamos, seguros de que será abundante la remuneración. 

— El que pueda —dice— dé lo posible en sufragio de las menesterosas ánimas, porque aquello de que se desprenda será semilla de bendición, pues lo hará Dios fructificar abundantemente en beneficio del donador. 

Fuente: Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 286-288.