El estado de las santas almas, cuyos lamentos quiero que escuchéis, es impenetrable e inefable. Su felicidad no es la del Cielo, donde las alegrías no tienen mezcla; sus tormentos no son los del Infierno, donde el sufrimiento no tiene consuelo. Sus penas no tienen ninguna semejanza con las de la vida presente, donde los días alegres se alternan con los días de desolación y de tristeza.
Charles Arminjon, El fin del mundo...
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| Santa Margarita de Cortona |
La caridad bien ordenada pide que con preferencia sean atendidos los parientes conforme a los respectivos grados de consanguinidad, y así lo hacía Santa Margarita de Cortona. Muertos sus padres nunca sintió tanto amor hacia ellos como entonces, porque la idea de que estarían padeciendo en el purgatorio absorbía en tal manera su piedad filial, que apenas quedaba lugar al dolor tan natural de haberlos perdido. Así que de tal modo se enlazaban unos con otros los sufragios, que entre la oración, la abstinencia, las comuniones y misas que ofrecía por ellos formaban una cadena que nunca se cortaba, y con la cual mereció tanto que en breve, apareciéndosele su amantísimo Esposo Jesús, le dijo:
— Consuélate, que aunque por sus culpas merecían mayores y más prolijos tormentos, los he perdonado por tus ruegos: ya están en el cielo.
Tampoco quedó sin consuelo el fervor con que rogó por el descanso de una criada suya llamada Julia, pues apareciéndosele el ángel del Señor le manifestó que Julia no estaría más que un mes en el purgatorio, y esto entre leves padecimientos en atención a que sus virtudes excedían mucho a sus defectos. Añadió además que por sus ruegos no habían de quedar sin premio, tenía dispuesto el Señor que en el día solemne de la Purificación de la Santísima Virgen fuesen cuatro ángeles a tomarla y conducirla al cielo, donde sería colocada en sublime grado de gloria.
Ni se limitaba la caridad de Margarita a sus parientes y conocidos, porque eran objeto de su caridad todos los que como hijos de la Iglesia eran miembros de Jesucristo; y así venían con frecuencia toda clase de personas difuntas a pedirla el eficacísimo socorro de sus oraciones. Hablemos de algunas.
Viajando dos comerciantes, o más bien tenderos, que iban de uno a otro mercado, fueron bárbaramente asesinados en el camino, y apareciéndose muy en breve a Margarita le manifestaron: que aunque no pudieron confesarse antes de morir, viendo, sin embargo, que su muerte era inevitable atendida la clase de hombres en cuyas manos habían caído, imploraron la misericordia de Dios, y muy particularmente la de su Santísima Madre, por cuyos ruegos el Salvador les había concedido un verdadero acto de contrición, con que se salvaron, libertándose de las penas del infierno.
— Pero hemos sido sentenciados, —añadieron— a padecer terribles penas en el purgatorio, en castigo de nuestra poca fidelidad en obras y palabras, y aun de las injusticias cometidas en el desempeño de nuestro oficio. Os rogamos, por tanto, piadosísima sierva de Dios, que aviséis a nuestros parientes, —los nombraron— encargándoles que hagan tales y tales restituciones, —los nombraron también— y que den limosnas a los pobres. Y a vos os suplicamos que nos auxiliéis con vuestras oraciones, porque estamos seguros que nos abrirán pronto las puertas de las terribles cárceles en que padecemos.
Procuraba además que todos, y en especial los religiosos y religiosas, tuviesen celo por socorrer al purgatorio; y era tan grata a Dios esta caridad, que en mérito de ella la escogió para advertir de su parte a los frailes menores que redoblaran su fervor para rogar por las ánimas, porque era tal el número de ellas cual no podrían imaginarse los hombres. Las palabras de su divino Esposo fueron las siguientes:
— Di a los frailes menores —la Santa era Tercera, y estos frailes los directores de su espíritu— que tengan bien presentes a las ánimas, porque es tal su número cual nadie puede imaginarse, y están, o abandonadas, o muy poco socorridas de los suyos.
Y también la encargó les dijera “que huyesen de mezclarse en negocios seculares, pues de lo contrario les esperaba un purgatorio proporcionado a lo más o menos que por esta causa se distrajesen de las sagradas funciones de su instituto.”
No es, pues, de admirar, que en la hora de su dichoso tránsito fuese tan grande el número de almas que por disposición de Dios, y para empezar a premiar su gran caridad, acudieron a felicitarla y acompañarla triunfante al paraíso, según refieren los historiadores de su vida.
No es, pues, de admirar, que en la hora de su dichoso tránsito fuese tan grande el número de almas que por disposición de Dios, y para empezar a premiar su gran caridad, acudieron a felicitarla y acompañarla triunfante al paraíso, según refieren los historiadores de su vida.
Fuente: Carlos Rosignoli SJ, Maravillas de Dios con las almas del purgatorio, Editorial Difusión, Buenos Aires 1945, pgs. 298-300.
