Sí; nos encontramos entre quienes sospechan obstinadamente que la suerte del mundo se decide, misteriosamente, mucho más donde se ora que donde se gobierna, se ordena, se trafica o se estudia; que —por tanto— la historia la «hacen» más las proverbiales viejecitas anónimas que desgranan las cuentas del rosario que los grandes de la política, de la economía y de la cultura en sus edificios, oficinas y academias. - Si no fuera así, ¿dónde estaría el «escándalo», dónde la «locura» que —según alguien que sabía de lo que hablaba, un tal Pablo— caracterizan al Evangelio? Si no fuera así, ¿cuál sería la paradoja cristiana?, ¿dónde estaría su insensatez a los ojos de quienes no han recibido la mirada profunda de la fe y a quienes el creyente debe ofrecer —con humildad y respeto— la perspectiva justa?, ¿qué creyente se sería si no se estuviera convencido de que, en 1870, por ejemplo, el destino del mundo pasaba por lugares como la enfermería de Nevers donde sor Marie-Bernarde, apellidada Soubirous según el registro, completaba su martirio como enferma crónica, más que en lugares como la Cancillería de Berlín donde Otto von Bismarck celebraba sus triunfos políticos y militares? 
Vittorio Messori, Hipótesis sobre María. Hechos, indicios, enigmas 

Lourdes
La hermana Juliana era portera en el Convento de las Ursulinas en Brive, Francia. Después de tres años en el monasterio, comenzó a enfermarse gravemente de los pulmones, hasta que empeoró del todo en 1887, cuando comenzó a escupir sangre. La atención médica cuidadosa causó un alivio temporal en el sufrimiento, pero finalmente en 1889, la hermana Juliana tuvo que acostarse permanentemente, porque los seis médicos, que antes habían sido llamados sucesivamente, encontraron en ella la tuberculosis en su tercera etapa de desarrollo. Pasó sus largos meses en el lecho de dolor, sin tener la fuerza ni siquiera para hablar y tomando solo un poco de leche o caldo. Entonces, toda la esperanza de una recuperación natural desapareció finalmente. 

Por aquel entonces, le hablaron a la hermana Juliana de Lourdes y sobre los muchos milagros que la Santísima Virgen María pidiendo obtenía allí de Dios para sus devotos... 

Inicialmente, la paciente estaba poco inclinada a pensar en buscar la recuperación en Lourdes, porque más bien prefería morir más pronto para unirse a Dios. Solo cuando los superiores expresaron su deseo que ella peregrinara ahí claramente, Juliana accedió de buena gana a ir a este lugar maravilloso y estaba casi convencida de antemano de que allí recuperaría la salud. 

El 1 de septiembre, la hermana Juliana partió a Lourdes en compañía de otra monja y una señora. Los testigos de su partida y de su viaje estaban muy sorprendidos de que una persona que podría morir en cualquier momento se atreviera a hacer un viaje tan largo. Porque de veras la hermana Juliana se parecía a menudo a una moribunda y durante el viaje permanecía en estado del máximo agotamiento y desmayo... 

Cuando Juliana se encontró en la gruta maravillosa, estaba tan agotada que ni siquiera podía ordenar sus pensamientos. En hacer las oraciones de la regla ni pensar se podía. Ella solo miraba suplicante la estatua de la Santísima Madre... La metieron en un pequeño carro de mano y llevaron a la maravillosa piscina. La paciente casi no podía hablar, estaba sin consciencia y tan debilitada que las mujeres que servían en la piscina no querían permitir la inmersión de la paciente en el agua. Sólo aceptaron cuando se les aseguró que el médico que tenía a la hermana Juliana a su cargo ya antes había admitido este baño. 

En el momento en que la enferma tocó el agua, su boca se abrió y permaneció abierta, el aliento se congeló en sus labios, y su rostro se cubrió de una palidez cadavérica. Todos pensaban que ya estaba muerta. Así que la sacaron rápidamente del agua, aunque apenas la tocó, y la colocaron en el escalón junto a la piscina. Por un momento la paciente no daba signos de vida, por lo que una gran ansiedad agarró a los presentes. 

Pero de repente aparece un ligero sonrojo en la cara de la hermana, los ojos se abren y el tórax comienza a moverse al respirar... 

Después de un rato, la enferma se levantó y se puso de pie. Se vistió sola ante el asombro de los presentes y echó a caminar hacia la maravillosa gruta para quedarse allí durante media hora de acción de gracias por la salud recuperada. Pronto, una multitud piadosa la rodeó a la hermana sanada y, como era costumbre, comenzó a cantar con entusiasmo el himno Magníficat. Finalmente, para liberar a la mujer curada de la muchedumbre, se le ordenó abordar el carruaje y la llevaron al monasterio de las hermanas carmelitas, donde se encontraba una posada. 

Al día siguiente, la curada hermana Juliana fue al doctor De Saint-Maclou, quien, junto con un médico de Béziers, después de un examen exhaustivo de la paciente, dijo que no había rastros de esta tuberculosis, que el día anterior todavía había estado anunciando su muerte en el futuro cercano. 

Cuando la hermana Juliana regresaba a su monasterio en Brive, una gran multitud se reunió en la estación y las calles vecinas, dando la bienvenida a la monja curada. Cuando finalmente llegó a su monasterio, se celebró un oficio de acción de gracias con el Santísimo Sacramento exhibido. Juliana lloraba de gratitud arrodillada en su reclinatorio... 

Agreguemos que la hermana Juliana no ha sido la única que se curó de la tuberculosis al más alto nivel. Tales milagros, cuyo carácter sobrenatural no está en la menor duda, están casi en la agenda de Lourdes. 

Fuente: Leon Pyżalski CSsR, Matka dzieci Bożych. Czytania majowe z przykładami sposród uzdrowień lourdskich, Kraków 1937, pag. 26-28.