Pero yo doy que sea desabrida la noticia del infierno: ¿no lo será más su tolerancia? Si su consideración, que ni aun calienta, y que se puede interrumpir y dejar, aflige; ¿qué hará su fuego que abrasará tanto y que ni le podrás tú dejar a él un instante, ni él te podrá dejar a ti en toda una eternidad?
(José Boneta, Gritos del infierno para despertar el mundo, p. 16)

Cuando Santo Domingo estaba en París, había ahí un personaje muy significativo en ese momento, un funcionario de alto rango, sin embargo, entregado a todos los vicios. Llevaba una vida imprudente y escandalosa, especialmente dedicada a la sensualidad. Parecía que nada podría apartarlo de este camino. La esposa de este desafortunado hombre que, a pesar de sus ardientes lágrimas y oraciones, no pudo conseguir la conversión de su esposo. Después de enterarse de quién era Santo Domingo, fue con gran confianza para confiarle su pena.

El bendito padre la recibió con su amabilidad habitual, la consoló y le enseñó a rezar el rosario, asegurándola de que a través de él conseguiría la conversión de esta querida alma.

— Toma mi rosario, —dijo el santo ofreciéndoselo a ella— y rézalo por los próximos quince días, y ponlo debajo de la almohada de tu esposo por la noche.

La mujer hizo caso del consejo del santo. Todos los días angustiada rezaba el rosario con gran devoción, poniéndolo debajo de la almohada de su marido por la noche.

La primera noche, el señor, sin adivinar nada, comenzó a sentir unos grandes remordimientos y una corriente de lágrimas brotó de sus ojos. La noche siguiente, le parecía como si lo llamaran ante el tribunal de Jesucristo y lo condenaran al fuego eterno. Finalmente, en la tercera noche, le parecía como si estuviera inmerso en el abismo infernal y comenzara a sufrir las torturas, preparadas para las almas de quienes en la vida mortal se entregaban a la lujuria. 

Pero de repente viene un ángel, lo libera de estos tormentos y le dice que la única forma de salvarse él y la única forma de recibir la misericordia de Dios es a través del rosario.

Cuando el hombre despertó, su corazón estaba lleno de remordimiento y él estaba decidido de cambiar su vida por completo. Después de contarle todo a su esposa, fue donde Santo Domingo, se confesó con él y se convirtió en miembro de la Hermandad del Rosario.

Permaneció fiel a la gracia y amó tanto el rosario que lo llevaba consigo siempre y propagaba enormemente esta devoción, y por el resto de su vida fue un buen cristiano.

Fuente: o. Czesław Kaniak, Za przyczyną Maryi. Tom drugi: Przykłady opieki Królowej Różańca Świętego (przykłady na październik), 154-155.