Con razón, pues, se nos presenta a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo de la Divina sabiduría más allá de lo que se puede pensar, de suerte que, en cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal, parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los serafines (...) Muy blanco es en verdad y también muy cálido el vestido de esta mujer, por quien todas las cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella nada, no digo tenebroso, pero ni siquiera en modo alguno oscuro o menos lúcido, ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.
San Bernardo, Homilía en la Octava de la Asunción, 4
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| San Esteban, rey de Hungría |
El glorioso San Esteban, rey de Hungría, es un ejemplo de la verdad del dicho de San Anselmo, que así como es imposible que se salve aquel de quien María aparte sus ojos de piedad, así es imposible que sea réprobo y se pierda aquel que constantemente la obsequia y ama. Desde su niñez lo hizo Esteban con singular ternura, y, siendo ya rey, quiso que Ella se llamase la gran Señora de todo su reino, y que se la venerase tanto, que no se pronunciase jamás su nombre en conversaciones familiares por no rebajarla. Puso su corona y cetro y todo su poder en manos de la Reina del Cielo, queriendo ser reputado y tenido por uno de sus humildísimos siervos.
Cuando Conrado, emperador y príncipe ambicioso, resolvió conquistar la Hungría, apenas supo Esteban que las tropas del Imperio estaban ya en las fronteras y se adelantaban a jornadas dobles para sorprenderle, lejos de sobrecogerse, dio las órdenes oportunas a fin de poner un dique al torrente, y luego, postrándose delante de la imagen de María, hizo esta breve oración:
«Si queréis, Señora, que una parte de vuestros dominios sea asolada, os ruego no permitáis que esto se atribuya a mi poca confianza en vuestra protección; si el pastor ha merecido el castigo, pague él solo la pena.»
Se levantó, y salió a la campaña con valor invencible; pero apenas anduvo media jornada, un correo le trajo la noticia de la retirada del ejército imperial, por haber recibido orden de volver a Alemania, orden que, sin duda, fue comunicada de arriba, porque el emperador no tuvo conocimiento de ella.
El santo rey gobernó después en paz y con mucha sabiduría su reino cuarenta y dos años, y coronó el Señor sus merecimientos con una muerte preciosa el día mismo de la Asunción de Nuestra Señora, según los vehementes deseos que había tenido siempre de celebrar el triunfo de la Virgen entre los escogidos, aumentando su número en día tan precioso.
Fuente: Antonio Corredor García OFM, María en ejemplos, Apostolado Mariano - Sevilla, Cruzada Mariana - Caceres, pág. 27-29.
