En Lourdes, en Fátima, en Beauraing y en Banneux —por no mencionar más que apariciones aprobadas por la Iglesia— la Virgen se aparece con el Rosario en las manos y recomienda, exhorta y hasta pide que se le obsequie con esta práctica de devoción. ¿Qué tendrá, pues, el Rosario que tanto agrada a la Virgen Santísima? A un buen hijo le habría de bastar conocer el deseo de su madre para que se esforzara en complacerla. Pero además son los mismos Papas los que nos recomiendan encarecidamente esta devoción. Baste recordar a León XIII con sus encíclicas anuales sobre este tema, a Pío XII que casi repitió lo mismo, Juan XIII (que afirmaba que desde pequeño había rezado cada día el Rosario entero), Paulo VI, y el actual Pontífice que va siempre con el Rosario en la mano.
P. Francisco de P. Solá S.J.

En esta época nuestra, tan poco amiga en cierto modo de la fe en los milagros, tal vez resulte difícil hallar una adecuada comprensión para el siguiente hecho realmente sucedido. Y, sin embargo, es un hecho verdadero. 

Fue en la festividad del rosario de 1945, es decir, hace algo más de 20 años. En la pequeña iglesia de Husum, fui yo mismo testigo de un conmovedor encuentro entre un soldado que volvía y sus padres. Al día siguiente, conocía mejor a la familia en cuestión, contándome el padre —aún bajo la fuerte impresión del extraordinario destino— la prehistoria del encuentro:

«Klaus, nuestro hijo mayor, llamado a filas poco antes de terminar la guerra, entró en acción en el frente del este, siendo gravemente herido. Después de muchas idas y venidas en orden a su internamiento en un centro sanitario, fue ingresado en Greiz, en Turinga, en un hospital de campaña. Tuvimos noticia de ello sólo después de que Greiz fuese tomado por los americanos y luego, a su vez, por los rusos, y cuando toda conexión era ya imposible. Nosotros mismos participamos en la gran caravana de fugitivos que, pasando por Mecklenburg, fuimos a parar a Schleswig-Holstein, encontrando un refugio aquí, en Husum. Nuestro hijo, empero, quedó en lugar desconocido. ¿Estaría ya sano entre tanto? ¿Tal vez habría sido llevado a Rusia? Nos dirigimos a la Cruz Roja, remitimos la cartilla roja de búsqueda, pero todo en vano. Así pasó el verano, en temerosa preocupación.

Nos refugiamos en la oración. Mi mujer pedía sobre todo al Espíritu Santo que guiase los pasos de nuestro hijo; por mi parte, rezaba diariamente por las noches mientras volvía a casa de mi trabajo diez Avemarías, meditando el misterio: "El niño perdido y hallado en el templo". También ofrecíamos regularmente por esta intención la misa dominical. 

Estaba yo ayer arrodillado, participando en la eucaristía, cuando me llamó la atención un soldado que se acercó a comulgar, trayéndome el recuerdo de nuestro chico. Cuando se dio la vuelta, me di cuenta de que era él realmente. Di un salto, y llevé a Klaus a su madre, que estaba en el lugar que solemos ocupar en la iglesia. Y he de reconocer que no me avergoncé de llorar en tal ocasión...

Luego, Klaus nos lo ha contado todo. Había sido dado de alta del hospital, pero no sabía adonde dirigirse para informarse del paradero de sus fugitivos padres. Todos sus esfuerzos fueron vanos, hasta que en el cumpleaños de su madre, estando delante de una imagen de María en una iglesia, le vino de repente el pensamiento de escribir a una familia con la que hacía tiempo no teníamos contacto muy íntimo. Esta familia, por casualidad, había sabido de nuestra estancia en Husum. Cuando ese sábado Klaus llamó a la casa parroquial de Husum después de un fatigoso viaje, para preguntar allí por la casa de sus padres, supo que justamente en ese momento estábamos en la iglesia. 

Nuestra oración, pues, ha sido escuchada y de una manera maravillosa. Hemos encontrado a nuestro hijo, literalmente, "en el templo", y precisamente la víspera de la festividad del rosario, durante la misa que tan frecuentemente habíamos ofrecido por él.»
Dr. Hans Rassmann

A. M. Weigl, Confiar en la madre, MISIONEROS DEL VERBO DIVINO, Pamplona, ESTELLA (Navarra) 1978, pág. 44-45.